Apuntes
de Santolea
José
Aguilar
“Quiero que las generaciones futuras sepan que Santolea existió”
Templarios,
padres de una tierra
El impulso tras
la Reconquista
Puentes para
Santolea. Hacia el desarrollo y el progreso
El origen del
nombre y su evolución a Ayuntamiento
Y a un pueblo le faltan
sus habitantes. Poco a poco Santolea crece
El azaroso siglo XX y la población
Santolea se industrializa. Proyectos de futuro que se quedaron huérfanos
Llega el pantano de Santolea. La iniciativa y los interesados en la construcción
Construcción y
decepción ciudadana
Lo que se llevó el agua. Recursos de una tierra
inundada
Las acequias de Santolea. Vivir del
agua
Cultivos y
oficios ancestrales
¿A dónde les
llevó la emigración?
Edificios que
hoy son polvo. Las casas y edificios de Santolea
La estructura callejera de Santolea
¿De dónde venían los nombres de las calles?
La casa de todos, el Ayuntamiento
[Nota previa: este texto es una
adaptación reducida de uno más amplio que el autor tiene consultable en sus propias webs]
Santolea fue
demolida casa por casa y la iglesia, que se resistía a la demolición,
fue volada con dinamita. Un recorrido por el pueblo representa por cada paso
que se da un montón de recuerdos que se agolpan en nuestra memoria reconociendo
todos los rincones: desde la escuela donde aprendimos nuestras primeras letras
a la iglesia donde se acudía a las clases de religión, a la misa los días
festivos y al rosario. Así cada huella, cada paso, cada rincón representa un
recuerdo inolvidable.
Hoy debajo de los escombros están enterradas las ilusiones de muchas
generaciones.
Santolea
era un pequeño pueblo de la provincia de Teruel situado en la orilla izquierda
del río Guadalope que quedó convertido en rincón despoblado como consecuencia de
la construcción del pantano que heredó su nombre. El pantano inundó sus mejores
tierras de cultivo por lo que sus vecinos se vieron obligados a ir abandonando
el pueblo hacia diferentes destinos. Primero abandonaron la población un grupo
numeroso y más tarde el fenómeno se convirtió en un gota a gota…. hasta su
total desaparición.
Los primeros “testimonios”
Se desconoce la antigüedad de
Santolea aunque se supone
que ésta es acorde a la de
las poblaciones vecinas. La
primera mención que hallamos
de Santolea data del año
1250 cuando Sancho Martínez
de Oblitas, personaje importante en Castellote, tuvo un
pleito con la Orden Templaria (luego pasó a ser la de San Juan) reclamando,
entre otras cosas, una dehesa en Santolea. Encontramos otra referencia en 1261 cuando el Comendador de
Castellote arrienda a cinco
familias tierras en la heredad organizada de Santolea
El pueblo depende desde un principio de Castellote y durante
algún tiempo perteneció a las Masadas de Las Cuevas. En 1196
Alfonso II hace entrega de las posesiones
de la Orden del Santo Redentor a la Orden del Temple, la cual otorga la Carta Puebla en 1244 a Las Cuevas y
Castellote. A Santolea se le da la calificación de simple villar o núcleo de casas de campo. Las Cuevas de Cañart recibe un privilegio
paralelo a Castellote, aunque
dentro de su Encomienda, con sus tierras de Crespol, La Aljecira, Ladruñán, Dos Torres y Santolea. En este momento Santolea dependía de Las Cuevas pero el Comendador, que pone a censo estas tierras, sería de Castellote ya que Las Cuevas están incluidas en la Encomienda de Castellote.
El
Comendador de Castellote, Fulcón, señala y delimita
los términos de Las Cuevas y de Castellote, el 2 de Enero de 1248. Esto hace
pensar que con anterioridad todo estaba unido en un Concejo de igual a igual lo
que motivaría que Santolea perteneciera
a las Cuevas. Con posterioridad pasó a depender de Castellote, posiblemente
antes del siglo XVI (nos basamos para afirmar esto en los censos de población),
observando que el número de habitantes de Castellote ha aumentado mientras que
el de Las Cuevas ha ido perdiendo población. De cualquier forma lo que sí es
seguro es que a principios del siglo XVII Santolea pertenece a Castellote.
El
embrión de Santolea
En
1261 la Orden del Temple arrienda a cinco vecinos tierras en Santolea con sus
casas árboles y, seguramente, campos cerealistas ya que cada vecino tiene que
dar al año una fanega de trigo por derecho de fornage.
Estos
pagos eran motivados por el accidentado estado del terreno a la hora de
acceder y la importante distancia para
trasladarse. Esto nos hace pensar que si en la fecha antes citada se arriendan
unas tierras (con sus casas y sus árboles) quiere decir que anteriormente se
habían puesto en cultivo y posiblemente fueran atendidas desde puntos lejanos.
Lo más probable es que los desplazamientos se efectuasen desde Castellote y,
dado lo accidentado del terreno,
debieron pensar que lo más cómodo
era crear un asentamiento permanente desde el que poder atender mejor estas
primeras explotaciones.
Templarios,
padres de una tierra
Los
Templarios establecen explotaciones agrícolas, más o menos aisladas, que les
permite ir poniendo nuevos cultivos. Así, Santolea se convierte en un poblado
que cobra importancia gracias al agua. Éste elemento era “la excusa” para ir
colonizando tierras de cultivo y así atraer a nuevos colonos que, a la
vez, ayudaban a formar mayores centros
de población.
Con
la extinción de los Templarios en 1313 sus bienes pasan a la Orden de San Juan
de Jerusalén hasta 18l3, de la que seguirá dependiendo Santolea aunque durante
unos 20 años perteneció a Juan de Híjar. Esto fue porque el rey concedía, por
un tiempo, alguno de los castillos de la Encomienda a algún noble. Así, Juan II
concede a Juan de Híjar la Bailía de Aliaga reteniendo a Castellote y sus
pertenencias, entre las que se hallaría Santolea hasta 1479, pero el Papa Sixto
IV, tras varios avisos, excomulga a Juan de Híjar advirtiéndole de que en el plazo de sesenta
días debe devolver Aliaga y Castellote (con todas sus pertenencias) a la Orden
del Hospital de San Juan de Jerusalén. Pero Juan de Híjar difiere y hay
pleito que se falla a favor de la Orden
Sanjuanista.
El
impulso tras la Reconquista
La
gran cantidad de tierras conquistadas al Islam durante el reinado de Alfonso I
obligó a sus sucesores a una política realista de repoblación del territorio en
el que las fundaciones monásticas cistercienses van a constituir un de los
factor determinante con el apoyo directo
de los reyes aragoneses. En el caso que nos ocupa, la abundancia de agua sería
un factor determinante para crear unas nuevas explotaciones: tanto agrícolas
como ganaderas.
Las
fundaciones monásticas cistercienses constituyen auténticas avanzadillas
colonizadoras de tierras deshabitadas, yermas, en ocasiones fronterizas y en
situación de “extremadura militar” con castillos como
el de Castellote, incluido en la línea defensiva junto con el de Alcance y Morella.
El
Císter adquiere destacada importancia socioeconómica ya que cada fundación
actúa como una auténtica granja agropecuaria, con explotación cerealista,
roturación de tierras yermas y
constitución de nuevos centros de asentamiento de la población que eran
pequeños talleres de manufactura del que dependen otras granjas y
explotaciones, en ocasiones geográficamente distantes. Éste sería el caso de
las tierras y casas que fueron arrendadas a los cinco vecinos (de los que
hablábamos anteriormente) que, en definitiva, fueron el embrión del futuro
pueblo.
Los
primeros mases o masadas estuvieron situados en la
partida de Las Torres. Se supone que son las primeras explotaciones agrícolas
pioneras en la colonización de algunas tierras que, al ser arrendadas a cinco
vecinos, suponían la construcción de otras tantas masías o torres, siendo la
zona más cercana y de más fácil acceso a Castellote utilizando las márgenes del
río. Con los años, en uno de estos puntos en que se estrechaban las dos
orillas, se construyó un puente, el más antiguo de la zona, conocido como el
puente de Castellote que desapareció bajo las aguas del pantano. Cuando las
aguas están muy bajas, aún hoy se pueden ver los restos. Este puente facilitó
la comunicación de la zona de Las Planas hacia Bordón. Al principio intentaron
construirlo de madera a forma de pasarela pero las dificultades que creaba el
río obligó a llevar a cabo la construcción de un puente de piedra, con calzada
de cantos rodados, para el paso de caballerías.
Tiempo
de rebeliones
El
crecimiento demográfico del siglo XVI sumado a la consiguiente ampliación de la
zona cultivada hizo que muchos de los
lugares que dependían de núcleos mayores empezaran a adquirir
importancia. Estas aldeas se fueron haciendo cada vez más independientes de las
villas que las regían y pronto empezaron a reclamar su independencia. Las
villas no estaban dispuestas a desligarse de ellas ya que su pérdida conllevaba
una pérdida de tierras e ingresos. Pero la Orden sí que se mostraba de acuerdo
con dichas desmembraciones ya que veía con esta emancipación un aumento del
desarrollo económico y por consiguiente un aumento de ingresos. En 1612 el
poder radicaba en Castellote y esta población, como “cabeza” de la Encomienda,
no quería perder la jurisdicción de estos lugares.
En el
año 1605 fue Santolea quien inició el camino de la separación consiguiendo
desligarse de la jurisdicción de Castellote pero esta población no aceptó las
divisiones y comenzaron a producirse rivalidades entre los pueblos, hasta que
estalla la “revuelta” de 1612, más conocido como “el motín de Castellote”.
El Motín
La Orden había decretado
la segregación de algunas aldeas respecto de
Castellote. Así quedaban emancipados en la jurisdicción y
en el gobierno del Concejo
de Castellote. Para tomar esta decisión la Orden se apoyó en las difíciles comunicaciones por el terreno intrincado de la zona y
el elevado número de vecinos
que las aldeas habían alcanzado. Este desmembramiento produjo a los castellotenses un grave sentimiento que desembocó en un
odio colectivo contra los moradores de las aldeas.
Castellote
se amotinó en Marzo del
1612. Así juntos, "en escuadrón y gavilla", invadieron las aldeas con determinación de asolarlas, prendiendo fuego a muchas casas y destruyendo en otras enseres, vajillas, provisiones.... Derramaron también el vino de las cubas (no sin antes beber hasta el hartazgo) y el aceite de las tinajas, y esparcieron el grano.
Se da por sentado que si sus
vecinos no hubieran huido, muchos de ellos hubieran muerto. El mismo propósito albergaban respecto a
Las Parras pero desistieron pues sus habitantes se aprestaron a defenderse de tanta furia.
Pero el motín tuvo su
precio respecto a Castellote. Así,
el Concejo de este pueblo fue condenado
a pagar a Santolea (Dos Torres y Seno) todo un etcétera de pagos.
La
airada y desproporcionada protesta de los castellotanos
les resultó sumamente costosa y además no consiguieron los fines previstos. Al
contrario, el comendador prohíbe a Castellote ejercer la jurisdicción y
Castellote, Dos Torres y Seno quedan separados para siempre. Estas divisiones
tienen sus peculiaridades, ya que Dos Torres deberá permanecer bajo la
jurisdicción criminal de Castellote, al igual que Seno. Además, para desgracia
de Castellote, su iniciativa violenta deparó más consecuencias como el reparto
de primicia, pecha y censales. El pago de las primicias las pagará cada vecino
a la villa a la que pertenezca al igual que los censos por heredades. Lo mismo
ocurre con las deudas y censales que se reparten proporcionalmente según el
número de vecinos de cada concejo.
El
molino de aceite, que se encontraba en Castellote, seguirá perteneciendo a
dicha villa pero tendrá que moler las olivas de todos los demás concejos al
mismo precio.
En
Santolea el comendador era el poseedor de la jurisdicción civil y criminal y
podía nombrar justicia y merino. Éste también poseía la Granja de Santolea y la
Torre Chopar además de una cláusula por la que se
reserva el derecho de leñar y el de pescar en el río.
Mientras
tanto, las diferentes modalidades sujetas a treudo (una forma de arrendamiento
que se arrastra de la época medieval) van aumentando con el paso de los años.
Puentes
para Santolea. Hacia el desarrollo y el progreso
Hay
un dato que nos hace retroceder en el tiempo: hasta la construcción del puente
(anteriormente nombrado), el único paso para cruzar las dos orillas era el
puente natural de la Ponseca, donde el río se pierde
en un pequeño trecho, debajo de una losa de piedra. Un paso que hoy se visita,
y hasta se cruza, por numerosos visitantes y no pocos senderistas de paso por
una de las zonas más agrestes de la ribera del Guadalope.
Años
más tarde se construiría otro puente más cercano a Santolea por una serie de
necesidades como la de atravesar el río constantemente para ir a cultivar sus
tierras o la de acortar el camino para ir a Las Planas y a otros pueblos. La
margen derecha del río, del puente hasta el río de Bordón, tenía una importante
extensión de huerta regada con la acequia de La Parada y para cultivarla se
necesitaba un fácil acceso.
Las
vías de comunicación eran simples caminos de herradura que unían los distintos
núcleos de población. Más tarde se construyó la carretera de Castellote a
Santolea que siguió el trazado del antiguo camino de herradura por el margen
izquierdo del río Guadalope, adentrándose en un túnel que también desapareció
con el pantano. El resto de esta carretera discurría entre la huerta hasta el
actual puente. Por ella subía el coche de línea a Santolea. Éste finalizaba el
recorrido junto al garaje del tío Guitarrero. Al cabo de un tiempo se construyó
un camino de carro que permitió que este servicio llegase hasta la puerta de la
Fábrica (la fábrica de mantas de Jerónimo Mata desde 1918). Junto a ella se
encontraba el molino de aceite y el generador de la luz. Con la construcción
del pantano desapareció esta carretera aunque su trazado todavía puede verse
cuando el nivel de las aguas del pantano es bajo. El efecto sobre la carretera
ocasionado por la presa del pantano, estructura que cerró la garganta del río,
fue ocasionar su corte en una buena parte quedando el resto embalsada. En
sustitución de la misma se construyó otra siendo su trazado más alargado. El recorrido tenía que
salvar las montañas que circundan el pantano hasta llegar a Las Cuevas. El
coche de línea que circulaba por esta carretera llegaba a Santolea por la parte
alta teniendo su parada en la plaza del Torrero. Allí dormitaba el coche
en la cochera del tío Luis “el
Caminero”. El chófer era de Santolea.
Hay
constancia de la ubicación en esta zona de la Granja del Chopar,
no se sabe si en sustitución de las explotaciones anteriores, aunque parece ser
que el nombre de Granja del Chopar corresponda al de
una explotación de tierras o denominación de una partida que afectaba a una
zona muy amplia.
El
origen del nombre y su evolución
a Ayuntamiento
Aunque
desconocemos el origen del nombre de Santolea sabemos que ya se utilizaba este
nombre desde un principio en aquellos primeros arrendamientos. Esta denominación
la mantendrá hasta 1713, año en que pasa a llamarse Santa Olea. Con este nombre
estará durante ochenta y cuatro años hasta 1797. En 1646 fue vereda de Alcañiz y desde 1713 a
1833 perteneció al Corregimiento de Alcañiz, compuesto por más de cien pueblos,
convirtiéndose en Ayuntamiento en 1834
aunque judicialmente pertenecía a Castellote.
Y a un pueblo le faltan sus
habitantes. Poco a poco Santolea crece
Los colonos que se establecieron tiempos atrás en la partida de
Las Torres fueron seguramente
los primeros santoleanos. Pero
al aumentar las tierras de
cultivo para la población fue
necesario buscar un sitio
para asentarse donde se
encontraran buenas tierras
de cultivo. En un principio los habitantes de
Santolea irían ocupando unas cuantas casas
diseminadas pero al ir edificando nuevas
viviendas se fue creando el pueblo que finalmente quedó conformado tal como lo conocimos.
Hubo seis casas señoriales que serían las de mayor poder económico y las que marcarían el futuro del pueblo urbanísticamente hablando, ajustándose el resto a una línea trazada
por ellas, aunque en algunos casos se observaba que fue difícil poder alinearlas con
el resto guardando un
estilo propio, el de haberse
construido cuando no había ninguna norma de urbanización,
como la casa de las Abogadas (en la confluencia de la calle Mayor con
la calle del Cristo), la
del tío Torres (en la plaza
del Torrero y que finalmente
dio forma a la plaza ) o la
primera casa que hay entrando
al pueblo y que llamaron
del Albéitar, por haber vivido en ella el veterinario aunque era propiedad de los Portoleses.
Las
edificaciones más antiguas son las que tenían la puerta de entrada en forma de
arco. La orientación de estas casas difieren del resto ya que están
orientadas hacia el mediodía. De esta
manera recibían más horas de sol y quedaban protegidas del aire del norte.
Al ir poniendo nuevas
tierras en cultivo Santolea va aumentando
su número de vecinos, pero no es hasta 1646 cuando empezamos a conocer su evolución.
El primer censo de población en el que aparece Santolea es el de 1646, con una población
de 200 habitantes aproximadamente.
Otro censo que conocemos es
el de 1713 con unos 300 habitantes
aproximadamente. Pasamos al
año 1717 y vemos que en
estos cuatro años ha sufrido un descenso y queda situado en 148 habitantes. Este mismo censo de población se mantendrá inamovible
entre 1722 y 1787, para producirse experimentar un aumento espectacular en el censo de 1797 con 476 habitantes.
Se desconocen
las causas tanto del descenso de 1717, que pudo estar motivado por alguna
epidemia, como del aumento de 1797. También está por determinar la causa que
hace que en ochenta años se mantuviera la población sin variación aunque se
cree que durante este tiempo se producen pequeños cambios y no se lleva a cabo
ningún censo.
En el
año 1840 el Diccionario Estadístico Madoz señala 671
habitantes. En 1857 sube a 756 y en 1877 alcanza el mayor número de población
que tuvo Santolea, 847 habitantes: 437 hombres y 410 mujeres. Esta cifra baja
en 1887 a 812 habitantes.
El
archivo de Mas de las Matas nos facilita el padrón de 1888-1889 en el que se
relacionan los industriales que había en ese momento en Santolea. La población
a finales de siglo alcanza la mayor población de su historia. Por esta razón
pudo llegar a dispensar todos los servicios: médico, veterinario, practicante,
maestros de niños y niñas, sacerdote y farmacia. El médico visitaba todos los
pueblos cercanos: Las Cuevas, Dos Torres, Ladruñán, Bordón, Luco y todas las
masías correspondientes a estos pueblos.
Santolea
despide el siglo XIX, año 1900, con una pequeña pérdida: 796 habitantes.
Volviendo
a los servicios que se dispensaban desde Santolea, el médico se desplazaba para
realizar sus visitas a lomos de una caballería. Por lo que concierne a la
farmacia también servía a los mismos pueblos. Este establecimiento desapareció
con la construcción del pantano. Una vez Santolea se quedó sin farmacia sus
vecinos, cuando necesitaban algún medicamento, se desplazaban a la vecina
Castellote... El médico continuó hasta los años sesenta, prácticamente hasta la
desaparición del pueblo. Los pueblos vecinos intentaron llevárselo varias veces
pero nunca lo consiguieron, a pesar de que Bordón y Las Cuevas tenías más
habitantes.
El azaroso siglo XX y la población
Durante
los cuarenta y tres años que median desde el censo de 1877 hasta el de 1920 se
ha mantenido la población con pocas variaciones, sólo ha perdido 99 habitantes
y la causa de esta pérdida pudo ser la epidemia del cólera. Sea como fuere,
Santolea va manteniéndose con alguna pequeña pérdida de población.
En
1920 Santolea tiene 780 habitantes. En 1930 desciende a 649 habitantes y en
este censo ya se empieza a notar el efecto del pantano teniendo lugar la
primera gran emigración. En esta década
se produce el número más alto de familias que abandonan el pueblo. Este efecto
se puede comprobar en el censo de 1940 que nos da una población de 365
habitantes. En el año 1950 el censo desciende a 325 santoleanos y santoleanas y
en 1960 baja a 182 habitantes. Aquí el descenso lo ha motivado los nuevos
regadíos de Valmuel al que tienen acceso los vecinos
de Santolea. En 1966 en Santolea quedan 157 habitantes y a finales de esa misma
década Santolea quedará despoblada.
En
este siglo XX hay un suceso que marca más de la mitad de la centura.
En 1936 arranca la Guerra Civil que afecta también al censo de población de
Santolea. Por ejemplo en el año 1947, y como consecuencia de los maquis, los
dueños de las masías son obligados a trasladarse a vivir a los pueblos más
cercanos. En este momento Santolea recibe seis familias de El Alconzal, de las siete que componía el barrio, y otra
familia de la masía de Vallusera.
Santolea
se industrializa. Proyectos
de futuro que se quedaron huérfanos
En
Santolea se instala una fábrica de tejidos, Fábrica
de Jerónimo Mata y Compañía. Esta fábrica, en su antiguo emplazamiento, se
llamaba Masía Penseca o Ponseca,
ya que estaba ubicada junto a la masía de la Fonseca, pero la trasladan a
Santolea en 1918, aunque el pueblo ya está sentenciado. Pronto se iniciarían
las obras del pantano que la hará desaparecer, definitivamente, en 1930. La
instalación de dicha fábrica creó muchos puestos de trabajo en Santolea. La
fábrica de tejidos también reportó, gracias a su actividad, la instalación de
la luz eléctrica. Así el pueblo pudo disfrutar de la nueva forma de vivir,
lejos de alumbrarse con el candil de aceite o el tedero. El pueblo compró a los
herederos el tendido eléctrico para toda Santolea.
El
propietario de esta fábrica era Jerónimo Mata quien, además de darle nombre a
la fábrica, fue quien la trasladó desde su antiguo emplazamiento en la Fonseca
hasta Santolea. Además sus iniciativas hicieron que el coche de línea llegase
hasta la puerta de la fábrica. Jerónimo Mata fue un visionario de esta zona y
así es recordado.
[Galería fotográfica de Santolea
1928-1929]
Llega
el pantano de Santolea. La iniciativa y los interesados en la construcción
La construcción del pantano de
Santolea fue la culminación
de las aspiraciones de Alcañiz y Caspe,
principales interesados en
esta obra, aunque estas dos
poblaciones no quedaran totalmente
satisfechas por no haber conseguido la construcción del embalse grande.
Las
iniciativas para esta construcción se venían gestando desde principios de
siglo. Los más interesados eran los pueblos antes mencionados ya que a los
situados entre Castelserás y Castellote poco les afectaba al tener el riego
asegurado. De esta forma, los más beneficiados serían Caspe y Chiprana, convirtiendo su extensa huerta en riego continuo,
por lo que son llamados a contribuir con una cantidad relativa a los
beneficios.
Construcción
y decepción ciudadana
La
construcción del pantano se inicia con la dictadura de Primo de Rivera pero su
finalización corresponde al gobierno de la República, concretamente en el año
1932. Los estudios indicaban que el pantano no se llenaría nunca pero la
realidad fue otra y el río Guadalope se encargó de demostrar que los cálculos
no eran correctos. El pantano se llenó en quince días. A los vecinos no les
daba tiempo de recoger sus cosechas, el
agua subía tan deprisa que lo inundaba todo. Los edificios ubicados en las huertas, al llegar el agua y estar
construidos de tapia, tan pronto como la humedad afectaba sus cimientos se
caían.
Las
expropiaciones que correspondían a sus vecinos por sus casas y tierras no se
habían cobrado por lo que se generó tensión y descontento. Una comisión se
trasladó a Madrid a reclamar el pago de las expropiaciones pero el recibimiento
no fue muy correcto.
Además
había otro punto preocupante: la presa del pantano, terminadas las obras,
perdía agua por todas partes así que, verdaderamente, se temía que reventara y
se llevara por delante los pueblos más próximos a su cauce.
[Galería
fotográfica de la construcción del pantano]
¿Qué se perdió?
En un
principio la construcción del pantano creó puestos de trabajo y atrajo a muchos
obreros de fuera, lo que dio vida al pueblo. Finalizada esta construcción y anegadas sus mejores tierras, que eran
huerta, dejaron de producirse una serie de productos importantes para la
economía santoleana.
Además
de las cosechas perdidas por la inundación, hubieron más problemas: uno fue el
cubrimiento del Puente que servía de acceso a las tierras que se trabajaban en
Las Planas, sobretodo trigo y viña.
La comunicación entre Santolea y los pueblos
que estaban al otro lado del pantano también empeoraron, ya que debido al pantano y a las inundaciones, tenían que dar grandes rodeos. En un principio este inconveniente se salvó cruzando por medio de barcas que transportaban personas y caballerías.
Lo
que se llevó el agua. Recursos de una tierra inundada
Santolea tenía un término municipal muy reducido, por lo que sus vecinos trabajaban tierras en Las Planas de Castellote, Bordón,
Ladruñán, Las Cuevas de Cañart, Ejulve, Molinos y Castellote. Con estas
condiciones, en el viaje de camino a sus fincas podían
invertir hasta
tres horas por aquellos caminos de herradura y transportar los productos
cultivados representaba un auténtico sacrificio.
Posiblemente
la causa de adjudicarle un término tan pobre pudiera estar en haber sido la
pionera en cuanto a los intentos de
separación. Las tierras tampoco eran muy buenas para el cultivo, si
exceptuamos su huerta y la zona comprendida entre el Barranco de Dos Torres y
la Cingla (junto al término de Ladruñán) que es donde se encontraba la mayor
concentración de olivar y la mejor zona de pastos con alguna plantación de
viña.
La
parte izquierda, desde el Barranco de Dos Torres hasta el límite del término de
Castellote, eran tierras de difícil cultivo (en su mayoría nulo) con la
excepción de algunas pequeñas fincas en la partida de Mercader. Aquí mediante
las abundantes fuentes se permitía regar alguna de estas fincas, siempre de
escasa consideración. El resto era terreno abrupto cuyo aprovechamiento era
exclusivo para pastos de baja calidad y suministro de leña.
La mejor tierra del término de Santolea era su huerta que, dada su abundancia de agua, era la envidia
de los pueblos vecinos.
Las acequias de Santolea. Vivir del
agua
Santolea
tenía varias acequias: una acequia, llamada la Mayor,
que era la de caudal más notable. Su
inicio se localizaba en el río
Guadalope, aguas arriba del
molino del Cantalar y lo hacía
mediante un azud. Mediante este sistema regaba parte del término de Ladruñán en
las Vegas y, a continuación, el de Santolea finalizando en la
balsa del Molino. Para hacer este
recorrido tenía que salvar
dos obstáculos, el barranco
de Las Cuevas y el de Dos Torres, mediante
un encajonado de madera que
perdía bastante agua y ofrecía poca seguridad, dando muchos quebraderos
de cabeza cuando había alguna crecida del barranco por el agua torrencial que se llevaba
el encajonado quedándose
sin agua el pueblo y sin servicio
eléctrico. A parte de dar riego a la huerta, el agua procedente del azud mediante esta acequia, prestaba otros servicios. En la costera del Rufas
el agua se empleaba para fregar la vajilla o para subir agua. Luego, el agua llegaba al puntarrón del camino de Ladruñán. Un poco
más adelante, junto al abrevadero, estaba el punto donde se iba a buscar agua con las caballerías
para el servicio de la casa, puesto
que el muro de la acequia permitía colocar los cántaros con facilidad.
Había otros dos sitios donde también se iba a lavar pero que eran propiedad privada. A estos sitios sólo iban
los dueños de los huertos o
familiares, era el del huerto
del tío José María y el del Ballestero.
Finalmente la acequia llegaba a la balsa del
Molino tras pasar por debajo de la casa del Cantarero,
casa que fue construida
sobre la acequia Mayor en los años
anteriores al pantano por
lo que ni siquiera llegaron a terminarse
las obras en su totalidad. Después se acercaba junto al molino donde estaba el lavadero público. Esta acumulación de agua facilitaba también el funcionamiento del
molino de aceite. En los años
finales de Santolea se compró
en Berge la maquinaria de un molino más moderno con lo que mejoró la obtención del aceite. También funcionaba con esta balsa el generador de luz para el servicio del pueblo y el de la fábrica de mantas de Jerónimo Mata.
Había
otra acequia procedente del Guadalope, la acequia del Planazo, que si bien llevaba menos caudal tenía un recorrido mayor.
Se iniciaba en el mismo río, aguas arriba del barrio de La Aljecira,
y también regaba tierras de Ladruñán y tenía distribuido el caudal de la
siguiente forma: una parte para La Aljecira, tres partes para el molino de harina y una parte para Santolea. El barranco de Las
Cuevas, en un principio, se salvó con canales de madera por lo que a esta
partida se le conoce como Las Canales. Posteriormente se construyó un acueducto
de piedra de un solo arco que permitía un aprovechamiento mejor y más seguro
del agua. Aunque en un principio su recorrido sólo llegaba hasta los Gramenales, justo hasta la escalera del Gat,
posteriormente se alargaría su tramo y llegó hasta la Tejería para lo que se
construyó un nuevo acueducto, esta vez, en el barranco de Dos Torres. Esta
prolongación permitió convertir en regadío las partidas de El Balsar, las
Solanillas y, después de pasar el pueblo, los Campos y las Tejerías. Su paso
por el pueblo permitió regar los huertos familiares pero sus aguas también se
aprovecharon para fregar la vajilla y recoger agua para los animales. Al estar
más cerca de la acequia Mayor y como rodeaba el pueblo, en la época de la
primavera hasta el otoño cuando bajaba agua por esta acequia, acortaba el
camino entre el pueblo y la acequia Mayor, aunque su agua nunca se utilizó para
el consumo por bajar poca cantidad, considerándose de más garantía la de la
acequia Mayor. Se accedía a ella primero por la costera del Rufas, luego por la
de la Herrería, la de la Capazas y finalmente por la del Pardo. En algunos
huertos particulares también lo tenían preparado para poder fregar o lavar.
Con
la construcción de la central eléctrica del Cantalar
se acortó el recorrido al recibir el agua del salto de la central. Además no se
tenía que compartir el agua lo que le convirtió en riego más seguro. No
obstante, los vecinos de Santolea continuaron acudiendo a limpiar la acequia en
su primer tramo para no perder los derechos antiguos.
Otra
acequia más corta, era la de los Valejos, que saliendo de la balsa del Molino llegaba a los Valejos y Las Torres después de salvar un tramo muy
complicado en su recorrido al pasar por La Piedra del Puente. También a esta
acequia acudían las mujeres a fregar la vajilla y lavar la ropa por costera de
la Capazas y por la del Pardo.
Otras
acequias como la de La Torre o la de La Parada
desaparecieron al ser inundadas por las aguas del pantano.
La
acequia de la Viñarruga
regaba las huertas de la margen derecha del río y su origen estaba frente al
barranco Gómez llegando hasta el barranco de las Cirgüelleras
y el Plantero.
Otra acequia de riego de invierno era la de las Herrerías. Tenía
su inicio en el barranco de
Dos Torres, junto al pinar del mismo
nombre, y a poco de su
inicio se encontraba con la balsa de Los Palomares, seguía su curso y después de pasar por las Quebradas y las Heredades, llegaba a la balsa del Casal para continuar su recorrido y regar los
Olivares. Con algunos cauces
auxiliares regaba Las Hiladas,
El Brazal, Las Herrerías y
Val de Jimeno, terminando su trayecto en Las Lastras y Las Contiendas. Este riego sólo
funcionaba en invierno cuando aprovechaba las aguas sobrantes de Dos Torres que
en esta época eran más abundantes. El resto del año sus aguas
eran absorbidas por los riegos del pueblo y solamente en años de lluvias sobraba el agua que aprovechaban algunos campos de las Quebradas.
Hubo
otra acequia, pobre de caudal así como del espacio que regaba. Era la acequia
del Calvario que, saliendo del
barranco de Dos Torres, tenía una balsa donde recoger el agua que servía para
regar el primer tramo. Después pasaba por Las Quebradas, La Mena, El Barranco
Hondo hasta llegar al Calvario, donde antes de entrar se formaba otra balsa
para poder regar el tramo final.
Santolea
tenía otras balsas, la de Los Palomares y El Casal, con la función de recoger
el agua durante la noche puesto que el caudal que tenía era muy escaso. Con
ello se regaba durante el día, aunque había el inconveniente de tener que subir todos los días a cerrar y abrir el paso
del agua de la balsa.
Cultivos
y oficios ancestrales
En
Santolea se cultivaban árboles frutales cuyos productos eran de reconocido
prestigio, con excedentes para la venta. También se producían hortalizas,
forrajes, que permitían mantener a la ganadería, y legumbres, cáñamo, lino y
plantaciones de moreras, con las que se alimentaba al gusano de seda. Todos
estos productos daban lugar a talleres artesanos en los que se elaboraba la
materia prima, dando sobrenombres a los artesanos que lo realizaban, como embochador, cerrero, tejedor o sedero. Pero con el llenado
del pantano estos campos se inundaron y se ocasionó la desaparición de
cultivos. También desaparecieron varios oficios lo que obligó a sus familias a
buscar trabajo. Se origina la primera emigración.
¿A dónde les llevó la migración?
La
migración se canalizó en dos
direcciones bien diferenciadas. Los jornaleros que, en su mayoría, se
dirigieron a Cataluña y los que emprendieron la aventura a Sudamérica para
probar fortuna. Cuenta una anécdota que el despedirse un vecino que se iba a
América lo hizo de la siguiente forma: “me
despido hasta la eternidad, porque si me va bien, no volveré y si me va mal, no tendré dinero para volver”.
Mientras
tanto, los propietarios de tierras, con el dinero que recibieron de la
expropiación de sus bienes, decidieron instalarse en otras siguiendo su
profesión, trasladándose a Zaragoza,
algunos a Huesca y una parte importante a Alcañiz. Alguno se quedó en los
pueblos del entorno.
No
terminaría aquí la emigración. En los años sucesivos Santolea se convirtió en
un constante goteo de pérdida de vecinos que se quedaron cultivando la poca
huerta que había quedado sin expropiar.
La
Confederación Hidrográfica del Ebro dejaba cultivar mediante un arriendo la
huerta expropiada no inundada por el agua, lo que permitía disponer de algunas
tierras importantes. Esta huerta es la regada por la acequia Mayor y, por lo
tanto, disponía del riego más seguro. Luego estaba la acequia de los Valejos que llegaba hasta Las Torres, regando solamente
huerta expropiada.
En
esos momentos la agricultura de huerta estaba complementada con el cultivo del
olivar, la viña, los cereales…todo en tierras de secano, haciéndose cargo o
comprando las propiedades de los vecinos que habían emigrado. Las economías
recibían otro complemento, la ganadería. Así se fue manteniendo el pueblo,
aunque siempre con la mirada puesta en el posible crecimiento del pantano, lo
que significaría el golpe final.
La
causa principal que ocasionó la última emigración tuvo lugar en 1955. En agosto
de ese año una tormenta de piedra asoló
el término, se perdió la cosecha, pero lo más grave fue que los árboles
quedaron en difíciles condiciones para años sucesivos. Las piedras que cayeron
eran del tamaño de huevos de gallina y
rompieron los tejados de las casas. El olivar quedó destrozado y
finalmente el invierno, que fue frío en exceso, terminó helando el olivar...
Por
este tiempo se estaban construyendo dos pueblos de colonización para su puesta
en marcha con el regadío. Valmuel y Puig Moreno (al
lado de Alcañiz) se regarían con agua del pantano de Santolea. Como damnificados,
los vecinos de Santolea tenían preferencia sobre una parcela y una casa si así
lo solicitaban. Con estas condiciones varias familias decidieron trasladarse a
estos pueblos. Con esto, el pueblo perdió un grupo importante de familias.
En
esos mismos días se estaban repoblando los montes de pinos en el término de
Castellote, junto a las tierras de los vecinos que habían marchado
recientemente, siendo los primeros en
venderlas a la Repoblación Forestal. De esta forma fue más difícil la supervivencia
al ir quedando limitado el espacio. Además, en las zonas repobladas no podía
entrar el ganado lo que desmoralizó a las familias que quedaban. Algunas
resistieron unos años más, pero finalmente, a finales de los años sesenta y
principios de los setenta, el pueblo quedó despoblado. Uno de los últimos que
se despidió fue el cura. Era el verano de 1966 y el destino del sacerdote fue Aguaviva.
También la campana de la torre de Santolea
fue a parar a esta población.
Pago
de indemnizaciones
En el
mes de diciembre de 1967 se procedió a pagar la indemnización de los últimos
vecinos por cambio forzoso de residencia.
Veremos
a continuación cómo fue la liquidación a una familia que estaba compuesta por
matrimonio, tres hijos conviviendo y los padres de la mujer, por lo que se les
adjudicó la indemnización de una cuarta parte del ajuar doméstico y de los
elementos de trabajo.
Cambio forzoso de residencia
Gastos de viaje por traslado
familiar:
5 personas a 300 pesetas por persona,
1500
Transporte de ajuar y
elementos de trabajo:
Ajuar doméstico: tipo base, ¼
1000
Elementos de trabajo: tipo base, ¼
1000
Jornales perdidos durante el
traslado:
2 personas, 1200
Reducción del patrimonio
familiar:
Pérdida de vivienda ¼ 4500
Comunales, 365
Quebranto por interrupción de
actividades:
Un grupo I, 18000
Un grupo III, 4500
Total indemnizaciones: 32.065
Éstas
fueron las últimas cantidades recibidas por los vecinos y a partir de este
momento cada uno tuvo que elegir el nuevo destino. El día del cobro de la
última expropiación fue un constante ajetreo de saludos. Muchos vecinos habían
venido desde lejos donde tenían su residencia para cobrar el importe que les
correspondía por aquellas tierras y
por las casas que tuvieron que
dejar.
Parecía
un día festivo pero en el fondo se escondía la tristeza que genera el pensar
que se estaba dando el último paso. Aquellas personas, una vez terminada su misión
que no era otra que recoger las últimas migajas de la expropiación, volvieron a
su casa y seguramente la mayoría no tuvieron la oportunidad de volverse a ver.
El
grupo que venía desde Barcelona en autocar era conducido por Miguel Monforte, hijo del pueblo. Éste al pasar frente al
cementerio por la carretera pronunció: “Nos
vamos todos con el dinero que nos han dado en el bolsillo, pero lo que no nos
podemos llevar son estas personas que quedan….”. No pudo terminar la frase,
la emoción se apoderó de él. Entre aquellas personas enterradas en el
cementerio estaba su padre.
Santolea,
otra vez un barrio
En enero del 1970, y según se puede leer en el Decreto 3410/1969, se aprueba la incorporación de los municipios de Santolea, Dos Torres de Mercader, Las Cuevas de Cañart y Ladruñán, al de Castellote en la provincia de Teruel. Santolea, después de 365 años de independencia, volvía a ser barrio de Castellote. Lejos quedaba aquel año
1605 en que sus entonces ciudadanos lograron emanciparse.
Santolea, pueblo abandonado
Desde
finales de 1970 hasta el mes de febrero de 1972, año en que se inicia la
demolición, el pueblo queda abandonado a merced de sus visitantes. No falta
gente que se afane en coger puertas, barandados,
bancos o utensilios varios. De la casa del tío Torres, en la plaza del Torrero,
se llevaron las piedras del arco de la puerta y de su interior quitaron los
maderos de los forjados, mientras que los de las plantas fueron aserrados con
el consiguiente peligro que representaba.
El adiós de un
pueblo
En el
mes de febrero de 1972 se inicia la destrucción del pueblo, demolición que se
calcula debía terminarse en siete meses. En este momento sólo un habitante
queda en Santolea: Manuel López, pastor de profesión. Este santoleano pasaba
sus días de trabajo recorriendo los montes con el ganado de su patrón. Es el
último testigo de la agonía de su pueblo y, por supuesto, el último resistente
de Santolea.
La demolición
La
demolición del pueblo se lleva a cabo casa por casa, dejando para el final la
iglesia que fue demolida el día 8 de Junio de 1974. Aquí terminaba la historia
de un pueblo y entre sus escombros quedaban enterrados muchos años de ilusiones
de las distintas generaciones que en él vivieron.
Santolea
contaba con unas quinientas casas que fueron demolidas paso a paso. Los
encargados del trabajo tenían la orden de: “....derribarlo
todo, reducirlo a escombros, machacar las casi quinientas casas, borrar del
mapa la localidad...”, según contaba en un reportaje el prestigioso
periodista J.J. Benítez (Heraldo de Aragón, 21 de marzo de 1972). En él
entrevistaba a uno de los trabajadores encargados de la construcción. Éste, sin
tapujos, le declaraba: “Todo tiene que
quedar como la palma de la mano…no sabemos decirte el porqué. Esto lo lleva la
Confederación Hidrográfica del Ebro. Nuestra misión es tirar el pueblo. Sólo
eso.”.
Según
contó en el Heraldo de Aragón, Benítez se trasladó a Castellote para preguntar
el por qué de la demolición y no halló respuesta. Al parecer ellos mismos pidieron
explicaciones. Lo único que pudo sacar en claro fue lo siguiente: “Alguien ha comentado que pensaban elevar
el embalse unos catorce metros, pero lo ponemos un poco en duda. Y aunque así
fuera, ¿por qué destruir una localidad tan bella? ¿es que no se podía haber
dejado tal como está?. Por otra parte, en el supuesto de que las aguas no lo
cubran, que será lo más probable, ¿es que no hay mil utilidades antes que
arrasarlo?....”.
Pero Benítez,
como ha demostrado en su labor periodística, indagó e investigó. Así escribía: “una de las principales razones que ha
movido a demoler el pueblo fue la presencia de gitanos y vagabundos que, al
parecer, amenazaban la integridad de la citada y abandonada localidad”.
La
demolición se llevó a cabo durante siete meses. Las que más se resisten tardan
unas cuatro horas en transformarse en polvo.
El precio de la demolición, según las declaraciones de un trabajador a
J.J. Benítez, es: “Generalmente es caro,
sí y no muy rentable, por cierto. Calcule usted más de un millón y medio de
pesetas“.
[Galería
fotográfica de los derribos]
Edificios que hoy son polvo. Las casas
y edificios de Santolea
La
arquitectura popular está realizada de modo espontáneo, sin contar con
arquitectos y utilizando los materiales extraídos del propio entorno. En el
caso de Santolea, vemos que la forma de construcción más generalizada es el
tapial con revoco de cal aunque también podíamos ver algunas paredes de
mampostería, utilizando cantos rodados y diverso material; en cuanto a la cal o
yeso se empleó, en muchos casos, simplemente para unir las juntas del tapial,
aunque generalmente las fachadas de las casas estaban revocadas con estos
materiales.
Los
materiales constructivos dependen del medio geográfico y del potencial
económico del dueño de la vivienda. Los sillares aparecen en casas más sólidas
y bien construidas. En el resto de las viviendas, tanto las puertas como
ventanas, el vano era dintelado con travesaños de madera y rematado con el
mismo material empleado en el revoco de la fachada. En cuanto al zócalo
predominaba el empleo de mampostería a doble cara.
Los
forjados, de las distintas plantas, se construyeron empleando maderos de pino
sin pulir.
Los
techos se pintaban generalmente con cal, lo mismo que las paredes, dándole un
poco de color en ocasiones con azulete. Esta labor cumplía dos funciones, la
del blanqueo y la de desinfectante. En cuanto a los maderos, en ocasiones
estaban pintados con arcilla de color, materia ésta muy fácil de conseguir en
los alrededores del pueblo, mientras que la cal se obtuvo en las múltiples
caleras habidas por todo el término. En los últimos años, la cal se compraba en
algún pueblo vecino donde esporádicamente se construía alguna calera, como en Valdelabona, masía perteneciente al término de Castellote.
La cubierta de las casas estaba hechas
de maderos y sobre ellos cañizo y barro para sentar la teja árabe.
El
cañizo era construido en el mismo pueblo utilizando los cañares existentes en
los márgenes de las acequias. En cuanto a la teja también se fabricaba en el
mismo pueblo, donde había un horno. La arcilla empleada para la fabricación de
tejas o ladrillos abundaba por todas partes. Las fachadas de las casas estaban
rematadas por aleros de poca vistosidad, construidos con tablas de madera y en
algunos casos, simplemente, con el cañizo, utilizado en la propia cubrición de
la casa. Había alguno de estos aleros revocado con cal o yeso, pero esto se
daba en pocas ocasiones. En Santolea no había ningún alero como vemos en otros
pueblos del Maestrazgo, que son auténticas obras de arte en madera, como
tampoco había casonas de mucha vistosidad. En algunas se podían ver muestras de
su poder económico, como la casa del Fusterico en la
calle del Cristo, que tenía molino de aceite y que mediante un cubierto
atravesaba la calle de la Solanilla. La casa también tenía una huerta de su
propiedad, llamada El Jardín, y otra salida, la del Torrero que daba a esa
plaza. Había otras casas que, aunque en apariencia tenían menor importancia.
eran más antiguas. Podíamos enumerar: la primera a la entrada del pueblo de la
familia de los Portoleses; la del tío Torres en la
plaza del Torrero; la del tío Trompis en la calle del Cristo (que disponía
además de los campos junto a la casa por su parte trasera); la de las Abogadas
en la confluencia de la calle Mayor y la del Cristo; la del tío José el Juanes
en la costera del Rufas; la del abuelo Ballestero; la del Borrascas en la calle
Mayor y la de la tía Casilda en la calle San Roque.
La
forja era también protagonista. Los balcones eran generalmente de barrotes de
hierro sin destacar trabajos de mucha elaboración. También había algunos con el
antepecho de madera torneada o recortada. Las puertas de las casas, en su
mayoría, eran de dos hojas divididas horizontalmente, lo que permitía dejar la
contrapuerta u hoja superior abierta durante el día, facilitando la
ventilación. En algunos casos había la puerta única que ocupaba todo el vano y
en la que se habría una más pequeña. Unas y otras estaban provistas de
llamadores representando diversos motivos. La clavazón estaba hecha con clavos
de cabeza gruesa que servían al mismo tiempo de decoración, teniendo distintas
formas y dependiendo del gusto o el poder económico del propietario. La puerta
que presentaba el mejor trabajo en madera de todo el pueblo, era la de la
cochera del tío Ronzano (en la plaza del Torrero),
que servía de referencia a los fotógrafos. En cuanto a las puertas, divididas
en dos hojas verticales, correspondían a la casa de José Borraz y a la de Tomás
Eixarch. Ambas cumplieron la función de posada. La de
Tomás Eixarch tenía una entrada amplia por la costera
de la Quebrada, junto a la Herrería, estando acondicionada para entrar carros.
Fue la única que siguió haciendo el servicio de posada hasta la desaparición
del pueblo, siendo los últimos vecinos que lo abandonaron.
La
tercera de estas puertas era la de la Obra Nueva, donde el tío Juanetes
guardaba los carros y que seguramente se construyó en época más tardía. El
nombre del propietario, en el momento de la expropiación, era el de Pedro Mata Felius. Además de las
viviendas había otras construcciones: los corrales, los pajares y las eras,
éstas separadas del núcleo de la población. Los corrales y pajares solían
formar parte de la misma edificación, en los que la planta baja era el corral y
el piso el pajar. En el pajar se almacenaban toda clase de forrajes y paja para
alimentar al ganado. El corral, donde se ubicaba el ganado, en muchos casos
disponía del raso o parte sin cubrir que facilitaba mejor ventilación y al
mismo tiempo servía de almacén para leña. Junto a estos corrales estaban las
eras para trillar las mieses, construidas de losas, aunque había una que tenía
parte de cantos rodados y era conocida como la empedrada. Cada era tenía varios propietarios que tenían que
ponerse de acuerdo en el momento de su utilización. El resto de construcciones
diseminadas por el término municipal eran casetas para cobijo en los campos de
cultivo y cerramientos de fincas en muchos casos de pastos, hechos con piedra
seca y con terminación de piedras de canto.
La
estructura callejera de Santolea
Tres
calles principales formaban el pueblo. Como eje principal, situado en la parte
central), la calle del Cristo que,
partiendo de la plaza del Torrero, se unía con la calle Mayor, la plaza de la
Iglesia, nuevamente la calle Mayor, la de San Roque y la costera del Cantón.
Por la derecha se encontraba la calle de
La Solanilla, la calle de La Canal y la costera de la Quebrada, por la que
se salía del pueblo hacia de las huertas y para hacer el camino de Ladruñán.
Por la izquierda partía la calle de Las
Eras, que conectaba directamente con la calle del Campo, la calle del
Cabezuelo y el callejón del Cabezuelo, un callejón sin salida.
Todas las calles estaban hechas de tierra apisonada
para evitar que la lluvia la arrastrara,
excepto las que tenían pendientes más pronunciadas y que se hicieron empedradas
con cantos rodados, como era la calle Mayor (desde el horno hasta las Cuatro
Esquinas), continuando por calle de La
Canal, la costera de La Quebrada y la costera del abrevadero hasta llegar al
barranco de Dos Torres. También la calle del Cabezuelo tenía un trozo empedrado
antes de llegar a las Cuatro Esquinas y otras como la costera del Cantón, la
costera del Rufas y parte de calle de La Solanilla.
[Galería
fotográfica de las calles]
¿De dónde venían los nombres de las calles?
Los nombres que llevan las calles siempre suelen
guardar alguna explicación. El nombre de calle Mayor suele darse a una de las
calles más céntricas de la población y donde suele concurrir alguno de los
edificios más emblemáticos de cada población. En el caso de Santolea, en ella
estaba situado el Ayuntamiento, el Horno del pueblo y la Iglesia Parroquial. La
calle de La Solanilla, paralela a la
calle Mayor, recibe su nombre debido a su situación que le permitía recibir
muchas horas de sol, sobre todo el de
la tarde.
La calle del Campo, hace referencia a su proximidad con zonas de cultivo. En esta
calle estuvo ubicado el Hospital, refugio de transeúntes con pocos medios que pasaban por el pueblo.
Las calles del Carmen, El Cristo y San Roque, también
conocida esta última como calle del Mesón, debían sus nombres a las hornacinas
que había en ellas, en las que sin duda se veneraba el santo que daba nombre a
la calle. El nombre de Mesón lo tomaría la calle San Roque de alguna casa de
comidas que debió existir. En el siglo XIX aparece documentada una posada en
esta calle cuyo propietario es Teodoro Obón Pérez.
Más tarde pasó a Tomás Eixarch.
En cuanto a las cuestas o costeras, como vulgarmente
se les llamaba, estaban: las de El Rufas, El Pardo y La Capazas. Su nombre hace
referencia a personas con ese mismo nombre o apodo que vivieron en ellas. La
costera de la Herrería toma el nombre del taller de herrería que había en ella
y que también se llamó de la Quebrada. La calle del Cabezuelo, indica el cabezo
o altozano desde el que se puede divisar una buena panorámica. Esta calle
enlazaba con la del Campo donde estaba la placeta del mismo nombre, el mejor
punto desde donde se podían contemplar las huertas y, después, el pantano. Otra
calle pequeña era Las Eras. Se le llamaba así porque comunicaba con las eras
donde se trillaban las mieses.
Finalmente tenemos el camino de La Balsa. Su nombre
tiene el origen en el camino por el que se llegaba a las Balsas del Concejo, de
las que se suministraba el agua para el pueblo dando, además, el nombre a la
partida de El Balsar. Este camino también se conocía
como Camino Real. Seguramente este nombre lo recibiría por partir desde ahí un
camino de herradura que permitía enlazar con otros pueblos como Dos Torres o
Ladruñán. Al desaparecer el pueblo, este camino sirvió para construir la pista
hasta Ladruñán.
Santolea tenía dos plazas: la de La Iglesia, que
tomaba su nombre por estar allí ubicada la Iglesia Parroquial, y la del Torrero
cuya denominación le viene dada por estar allí
ubicada la casa de Los Torreros.
Rincones con sabor
Entre
los servicios con que contaba Santolea estaba el horno para cocer el pan, donde
todos acudían a elaborar. Tenía una placa
de cerámica, sobre la puerta: Horno de
Pan Cocer.
Era de propiedad municipal y cada año se arrendaba
mediante subasta a pliego cerrado siendo adjudicado al mejor postor. Este
arrendatario recibía como pago por hornear el pan de cada vecino, un pan o
pastas dependiendo de lo que llevara a cocer.
Las fechas más importantes para la elaboración de
pastas, también protagonistas del horno, eran las fiestas patronales de enero,
San Sebastián y San Antón y más adelante, en abril en Santa Engracia.
En los San Antones adquiría
mayor importancia la elaboración de tortas de alma, la pasta estrella de la
fiesta, y que obtuvo reconocida fama entre los visitantes. También estaba presente la costumbre de la
elaboración de la torta de la bailadora, que la elaboraban las mozas para
dársela al mozo que habían escogido como compañero de baile. Esta costumbre
desapareció al ir perdiendo habitantes el pueblo. Pero Santolea preparaba,
además magdalenas, mantecados, sequillos, mostachones, etc.
En la fiesta de Santa Engracia, las pastas más
corrientes eran las que hemos apuntado últimamente, puesto que las tortas de
alma no tenían tanta importancia, pues parecían como “reservadas” para los San Antones.
En unas y otras se vivía un ambiente festivo que
contagiaba a todos con un ajetreo especial, donde los hombres, después de venir
del campo, acudían al horno para ayudar a transportar las canastas y cestas de
pastas
También había otra fecha que resultaba interesante en
la elaboración de pastas: la Pascua Florida. Se elaboraban las Roscas para ir
de merienda el día de Pascua. Generalmente la celebración se alargaba unos tres
días: domingo, lunes, y martes. Estas roscas estaban compuestas por masa
especial y en su interior se colocaban huevos duros, longaniza y lomo de adobo.
En Pascua se merendaba en alguna de las fuentes que había, como la Fuente de La
Teja en La Torre, La Pata Toro en Mercader, la fuente del barranco Gómez.
La casa de todos, el Ayuntamiento
En Santolea, el
edificio en donde se ubicaba el Ayuntamiento, a diferencia de Dos Torres, Las
Cuevas, Ladruñán, Las Parras y Seno, no se asentaba sobre una Lonja. Este
pueblo tenía el Ayuntamiento en una casa que pocas diferencias tenía con las
que le rodeaban. Una pequeña placa de cerámica sobre la puerta indicaba: Ayuntamiento Casa de la Villa.
A la entrada en la planta baja estaba el buzón de
correos donde los vecinos depositaban sus cartas. A continuación un cuarto con
ventana de reja que servía de cárcel preventiva. Más adentro, un salón que tuvo
distintos usos. Lo mismo se utilizó como salón de reuniones como también para
repartir La Ración, los productos de primera necesidad, difíciles de conseguir
en la época del racionamiento.
La primera planta estaba ocupada por un gran salón con
bancos a su alrededor que era empleado para reuniones. También se encontraba el
despacho del Secretario y los asientos para los miembros del consistorio. En el
piso superior, sin ningún arreglo, se ubicaba un salón que servía de almacén de
cosas viejas y maderas.
Al contrario de lo que ocurre en los pueblos vecinos,
el Ayuntamiento no coincidía en la plaza de la Iglesia aunque sí que están en
la misma calle Mayor.
Al Ayuntamiento se acudía a pagar la contribución cuando
el recaudador venía al pueblo y también fue el escenario para cobrar la última
expropiación del pueblo.
Junto al Calvario estaba la Nevera, un pozo profundo
construido en la parte más protegida del sol. La autoridad obligaba a los
vecinos, mediante un pregón, a llenar el depósito de nieve apisonándola bien.
Hasta el verano se conservaba como una columna nívea en medio. Por las orillas
se derretía por el contacto con las paredes. A los enfermos se les facilitaba
gratis, por prescripción facultativa. Los demás la podían adquirir mediante una
pequeña retribución.
La Iglesia Parroquial. Bonanza económica en
el siglo XVIII
El siglo XVIII fue un momento de bonanza económica y se llevan a cabo las construcciones de ermitas, de la
Iglesia, así como alguna ampliación.
La construcción de la Iglesia de Santolea, según
se leía en una inscripción
sobre la clave en arco de su
entrada, data de 1615 aunque esta fecha
podía corresponder al
inicio de su construcción
sobre los restos de otra anterior.
En la
visita pastoral realizada el 23 de noviembre de 1601 se detallaron los bienes
que poseía la Iglesia, destacando el Altar Mayor de la Magdalena, con retablo
de pincel antiguo y su sagrario. En el lado del evangelio se encuentra el altar
de San Gregorio de retablo de pincel antiguo. Del lado de la epístola se podía
contemplar una tela pintada de Nuestra Señora del Rosario. Al aumentar la
población se vieron en la necesidad de ampliarla. Ésto
ayudó a conseguir la independencia respecto a Castellote, puesto que una de las
condiciones era tener una Iglesia capaz.
Junto a la Iglesia y por la parte de atrás se situó el
cementerio viejo. El nuevo sería construido con motivo de alguna de las
epidemias que padeció la población y como consecuencia de las disposiciones que
obligaron a trasladar los cementerios fuera de la población, buscando un lugar
más alejado y más ventilado. Construido en la loma, el cementerio nuevo reunía
todas estas condiciones. Cabe la posibilidad de que la construcción de este
recinto fuese en el lugar donde estaban instaladas Las Horcas para ajusticiar a
los reos.
La iglesia construida en 1615 fue destruida por alguna
de las guerras, quedando solamente en pie la torre mudéjar. Esta torre,
originariamente, tendría tres campanas y una más pequeña que le llamaron “el campanico”. También había una matraca de madera de grandes
dimensiones, situada en el interior de la torre que se utilizaba para la Semana
Santa, en señal de luto. Pero en la Guerra Civil quedó destrozada y no se volvió
a rehabilitar. También se utilizó el toque de matracas para informar a los
vecinos de la celebración de algún oficio religioso, aunque el día de Pascua de
Resurrección se volvían a tocar las campanas.
La torre, en su origen, estaba dentro de la Iglesia,
pero al desaparecer como consecuencia de alguna guerra, quedó sola,
desprotegida y en malas condiciones, lo que hacía que fuese peligroso subir a
tocar las campanas, continuando en mal estado hasta su desaparición. Con el
tiempo se llevó a cabo una obra anexa a la torre para la instalación del reloj
del pueblo.
En la guerra carlista se llevaron una de las campanas
a Cantavieja, donde tenía su cuartel general Cabrera, para fundirla y fabricar
cañones con su bronce.
Como explicábamos anteriormente, al ser destruida la
Iglesia se construyó otra en sustitución de la anterior, ocupando parte de la
Iglesia vieja y parte del cementerio. En la construcción de esta segunda
Iglesia no se aprovecharon algunos restos, quedando a la vista algunos arcos,
otros restos de construcción y la fachada. En la parte del solar que quedó
entre la puerta de entrada y la puerta de la Iglesia nueva se plantaron unos
árboles y se hizo un pequeño jardín. Su cuidado corría a cargo de los niños y
niñas que iban al colegio.
En la
Guerra Civil española la Iglesia fue incendiada y destruida, así que pasada la
misma hubo que volver a reconstruirla, lo que se hizo con aportaciones y
prestaciones personales de todos sus vecinos, aunque se perdieron importantes
objetos de valor. Nuevamente las campanas fueron destruidas, sólo quedó una, la
que daba a conocer las horas. Años más tarde, reconstruida la Iglesia, fue
colocada otra nueva campana. Finalmente la campana
antigua del reloj sería trasladada a Aguaviva al ser demolida la torre.
La Iglesia tenía una nave central, dos laterales y dos
sacristías. Una sacristía se utilizaba para guardar los ornamentos religiosos y
todo lo concerniente a la Iglesia. La otra, la sacristía vieja, se guardaban
algunos muebles, cosas viejas y la tinaja del aceite para alimentar las
lámparas de la Iglesia. Sobre la puerta de entrada estaba el coro que tuvo un
buen órgano y que desapareció en el incendio de la Iglesia, no pudiéndose
reponer. El altar mayor se restauró y pintó con sencillez puesto que no había
medios para hacer un retablo como el antiguo éste estaba constituido por la
imagen de Santa María Magdalena, a su derecha San Sebastián y a su izquierda
San Miguel. Además había otros seis altares: San José, Rosario, Santo Cristo,
San Antonio Abad, Almas y Dolores.
Llevada a cabo la demolición del pueblo, solamente
quedó la imponente mole de la Iglesia Parroquial. Ésta, dada la fortaleza de
sus muros, se dinamitó y fue destruida con siete pegas de dinamita que arrancó
de cuajo sus paredes y muros. Era el día 8 de junio de 1974.
[Galería
fotográfica de la iglesia]
La Ermita de Santa Engracia
La única ermita que tenía Santolea era la de Santa
Engracia estando situada en la parte más alta del Calvario. Adosada se
encontraba la casa del Ermitaño.
Su construcción se llevó a cabo alrededor del siglo
XVIII, como el recinto y capillas del Calvario. Esta ermita estaba formada por
una nave única con dos altares: el altar mayor donde estaba la imagen de Santa
Engracia y el altar de Santa Teresa. A la izquierda del altar mayor se
localizaba la sacristía y el púlpito. A la derecha una pequeña ventana con reja
que permitía a los devotos que pasaban por el camino asomarse para rezarle a
Santa Engracia y echar alguna limosna. Había una pequeña pila de agua bendita a
la que se podía acceder introduciendo la mano entre la reja.
En la Guerra Civil la Ermita de Santa Engracia sufrió
grandes desperfectos pero una vez finalizada la contienda se restauró.
El Calvario
El Calvario de Santolea solamente era superado por el
de Alloza. Su construcción pertenece al siglo XVIII pero quedó sin terminar por
falta de medios. Se construyeron catorce capillas. Algunas destacan sobre las
demás correspondiendo a las casas de mayor poder económico. Posteriormente,
primero la Guerra Civil y luego la desaparición de los vecinos, motivó que el
calvario quedase en posesión del Obispado, que nunca lo restauró.
El calvario de Santolea era un recinto cerrado de
tapia, con dos puertas de entrada, una en la parte superior y otra en la parte
inferior. Dentro del recinto estaban las catorce estaciones del Vía crucis,
formadas por sus correspondientes capillas, cada una a cargo de familias
acomodadas que cuidaban tanto de su construcción como de su mantenimiento.
Todas tenían su puerta y en el interior había un altar con algunas imágenes.
Algunas de estas capillas eran de construcción muy respetable. Con la Guerra
Civil Española este recinto sufrió la destrucción quedando en estado de
abandono. Posteriormente con la desaparición del pueblo se terminó de descuidar.
Al Calvario se subía para Semana Santa, concretamente
el día de jueves Santo, celebrándose un Vía Crucis solemne. Se salía en
procesión desde la Iglesia Parroquial y se cantaba mientras se hacía el
recorrido entre estaciones para terminar en la Ermita de Santa Engracia.
Algunos viernes de Cuaresma, si el tiempo era bueno, también se solía subir a
rezar las Cruces.
[Galería
fotográfica del Calvario y la Ermita]
Un pueblo y sus fiestas
Las fiestas patronales: los "sanantones"
Las fiestas más importantes de Santolea eran los San Antones, en
honor de San Sebastián y San Antonio Abad. La fiesta de los San Antones,
se conocía como La Enmascarada que con el tiempo cambió el nombre por el de La
Encamisada. Era una cabalgata que se hacía en el pueblo por la noche para
solemnizar la fiesta de San Antonio Abad.
¿En qué consistía esta celebración?
Todavía reinaba sosiego en Santolea cuando se reunían
en casa del cura los componentes del Ayuntamiento y cuantas personas tenían
caballerías mayores. A las nueve partían todos en dirección a la Iglesia,
montados cada uno en su correspondiente caballería. A la grupa llevaban, a
veces, a sus mujeres, hijas o hermanas. A la cabeza de la comitiva se colocaban el alcalde y el párroco,
precedidos por un hombre que llevaba en alto un tedero para alumbrar. Las
calles de Santolea ganaban luz con el paso del tedero y parecían rendirse ante
la comitiva, entre altiva y errante.
Llegados todos a la puerta de la Iglesia paraban sin
desmontar, apareciendo al fondo la imagen de San Antonio Abad al haberse
quedado el templo con las puertas completamente abiertas. El Santo estaba
iluminado y muy adornado. A cada lado se le apostaban cuatro hombres que
comenzaban a cantar las albadas, con música y romance. Terminadas las
tradicionales albadas, la cabalgata sigue su marcha dando la vuelta al pueblo y
disolviéndose después. Además del romance cantado en la Iglesia se cantaban
otros en la plaza y en las principales calles, mientras que la cabalgata hacía
un alto.
Pasaron los años y el nombre de Enmascarada cambió por
el de Encamisada, aunque el significado era el mismo, sólo cambiaban algunas
cosas. La Encamisada se hacía por la tarde después de comer y los asistentes
con sus caballerías seguían este orden: en primer lugar las autoridades locales
y seguido el alguacil con una gayata en la mano manteniendo el orden. Llegados
a la puerta de la Iglesia se hacía una parada. El Santo había sido colocado a
la puerta y el Cura, ayudado por los monaguillos, procedía a bendecir las
caballerías. Seguidamente se recorría el pueblo y, al terminar, se retiraban
las autoridades y participantes, dando paso a los que querían competir en una
carrera con las caballerías.
La fiesta estaba complementada por otros actos que se
iniciaban en la víspera. Generalmente se contrataba una orquesta para animar
los distintos actos, otras veces fueron los gaiteros de Las Parras y lo más
entrañable que hubo fue la orquesta “El Águila”, compuesta por José Sorribas
“el Conesa”, Antonio de Abenfigo
y el tío Roso del Huergo que tocaba el tambor. Con
este grupo se amenizaron muchas de las fiestas de Santolea. El día 19 por la
noche se empezaba la fiesta con una sesión de baile a la que acudían los mozos
y las mozas del pueblo y los de los
pueblos vecinos. También se agolpaban las madres que, con el pretexto de ver el
baile, observaban a sus hijas, vigilando con quién se relacionaban. Al día
siguiente, a primera hora, se realizaba un pasacalle. Al mediodía se celebraba
la misa y la procesión llevando en andas a los santos. Había volteo de
campanas, acordes de orquesta y cantos de los sacerdotes que asistían a la
misma, recorriendo las calles del pueblo y terminando en la Iglesia.
Terminada la celebración religiosa y la procesión se
celebraba ”la llega”, que consistía
en recorrer el pueblo con música, recogiendo lo que los vecinos tenían a bien
en obsequiar. Para este menester utilizaban unas bandejas y en muchas ocasiones
una manta cogida por cuatro mozos. Era costumbre que lo hicieran los quintos de
aquel año.
A continuación se invitaba a un “refresco” que
consistía en algún aperitivo antes de la comida en el Ayuntamiento. Después
cada uno se iba a su casa a comer para más tarde la gente citarse en el bar
para tomar café hasta que se hacía hora de asistir a los espectáculos de
sobremesa. Los últimos bares que hubo fueron el abuelo Elías y el Morronero. Por la tarde se preparaba alguna competición en
la que podía participar todo el mundo. Generalmente se organizaban carreras de
burros con la albarda al revés y carreras de sacos pedestres desde Las Eras
hasta el Calvario. Terminado todo esto, se hacía una sesión de baile hasta la
hora de la cena y después nueva sesión de baile.
Al día siguiente, el día de la abuela, si quedaba
dinero, se contrataba la música y si no se buscaba algún músico del pueblo para
que tocara algún instrumento por la tarde. Como culminación se hacía una
merienda.
Santolea
celebra Santa Engracia
En cuanto a la fiesta de Santa Engracia, los festejos
eran parecidos. Se salía en procesión desde la Iglesia hasta la Ermita que
estaba en lo alto del Calvario, haciendo el recorrido con volteo de campanas,
cantos de los curas y música. Una vez llegados a la Ermita, se procedía a
cantar los gozos a la Santa y a continuación se celebraba la misa con el sermón
que ensalzaba las virtudes de la Santa. Terminada la misa, nuevamente en
procesión se regresaba a la Iglesia.
Estas fiestas se veían acompañadas de muchos
forasteros de los pueblos vecinos, siempre bien acogidos.