Teresa Giner
Lo primero que le viene en mente a
Teresa al pensar en Santolea es un conglomerado de tristeza, “muchas tristeza”
y una retahíla de recuerdos: “uno detrás de otro como en una fila de un desfile
marcial”. Lo expresa de forma natural, con una voz que experimenta un amago de
tembleque: “Es aquella sensación de ... nos hemos quedado sin casas...es
triste”.. Aunque Teresa puede que sea más santoleana que muchas de las personas
que nacieron en esta población turolense, no nació en Santolea. Lo hizo en Bedarieux, Francia, donde vivió hasta los tres o cuatro
años. Después vuelve a Santolea definitivamente, tras la muerte de su abuelo
paterno, su padre no quería dejar sola a
su madre.
La vida le llevó a Teresa a ir y venir
de Santolea, pero lo que era indudable era su intensa vinculación a este
pueblo. Un ejemplo claro es cuando marcha de Santolea después de que entraran
los nacionales en esta población y de que el cacique del pueblo(como ella le
llama), “por resentimiento y venganza”, hiciera que éstos apresaran a su padre
que, después de pasar por varios enclaves, fue llevado a una prisión de
Zaragoza. “Yo trabajaba para intentar llevarle algo a mi padre....pero murió,
según ellos, de una enfermedad que contrajo estando cautivo...el caso es que yo
sí me lo vi muerto y lo enterré, era yo muy jovencita”. La corta y triste
estancia de Teresa duró, en Zaragoza, año y pico; termina volviendo a Santolea
y después, otra vez de sirvienta, parte para Barcelona donde al poco de estar allí enferma de
tuberculosis. “siempre me acordaré que cuando entré en recuperación me dieron
permiso para un mes de venirme a Santolea, recuperé unos ocho kilos...”. Teresa
sonríe y los ojos le chispean, me mira y otra sonrisa se refleja en su cara
como recordando aquellos días, su mirada es nostálgica, pero cargada de
bonanza... es como si no guardara resentimiento
a todas las condiciones, que arrastraron a su familia a la tristeza y
ella, a lo sumo, a la enfermedad....
Una vez en Barcelona tuvo muchísimas
dificultades para volver a Santolea. Lo cuenta con esa sonrisa, típica ya, en
los labios: “Es que no podía volver porque no tenía dinero para el viaje. En
Santolea he estado yendo y viniendo...intermitentemente, pero el tiempo allí
pasado ha significado una experiencia intensa”.
¿Cómo fueron los días que vivió Teresa
en Santolea?. Clava la mirada en un lugar indeterminado del fuego que ella
mismo ha botado y lo suelta: “Hasta que no entraron
los nacionales fue buena....un cacique del pueblo se vengó de las personas con
pensamientos de izquierdas. Mi padre , por ejemplo, fue uno de ellos; así,
cuando este hombre les ordenó que tocasen las campanas para recibir a las
tropas y le había mandado destruir los puentes a la salida de los “rojos”, pues
él se negó...”. Suspira, puede que hayan episodios de la vida de una persona
que nunca se zangen. “Además dos tíos míos también
murieron en la guerra, dos hermanos de mi madre fueron fusilados...”.
Mientras tanto, después de las doce
detenciones , de los 3 o 4 fusilamientos y de la muerte de su padre en prisión:
“Mientras tanto el cacique siguió en el pueblo , yo diría que malvivió hasta
que enfermó y murió...”. Me mira con los ojos tristes, ausentes de lágrimas,
pero muy tristes, en la ausencia de los días de pena. “Mira sino hubiese sido
por la guerra....los pueblos se desbordaron...¿para qué tenemos que ser tan
egoístas....tan de todo?”.
De Santolea, ¿qué más debe recordar
Teresa?. “Lo recuerdo todo: los nombres de las personas, el cariño del pueblo,
a los abuelos enterrados y al sentimiento de que allí fui muy feliz y que, aún hoy, guardo buenos
recuerdos. Yo sigo siendo hija de Santolea”.
Teresa recuerda y sonríe cuando el
recuerdo le lleva a dar con uno de sus días más felices. “Actué en una obra de
teatro llamada “Contra soberbia, humildad”. Esta santoleana nos relata el
argumento de la obra teatral y nos desvela que en ella actuaba de zapatero
remendón que le daba consejos al marqués ante la actitud de una hija
altanera...por supuesto el humilde zapatero tenía una hija de la que sólo podía
sentir orgullo. “Mira esta obra se hizo para recaudar fondos y reconstruir el
colegio y es que hubo un incendio y es chocante porque yo fui la única que se
dio cuenta del fuego y avisé a la maestra, pero ella me decía que eran ratas,
pero me levanté y dije que me marchaba y que quien quisiera venirse que me siguiera...así lo hicieron y la maestra
detrás con sus riñas, el caso es que sólo habíamos hecho que salir, se desplomó
en techo... por eso se hizo la obra teatral.”. Se acuerda todavía de algunos
diálogos y lo recita con aquella entonación, casi cantada.
Hoy años y años después de que tuviese
que marchar: “En nuestros días todavía
visito Santolea con amor...de allí desciende toda mi familia, menos el
abuelo por parte de padre que era de Dos Torres de Mercader.”.
Teresa es una mujer muy de hoy, pero
que recuerda perfectamente cómo era la vida en la Santolea de ayer: “Te voy a
contar lo que era la vida de una mujer santoleana en aquellos días. Tomaré como
ejemplo a mi abuela: se levantaban muy temprano y enseguida hacían fuego
poniendo el caldero y preparando la comida para los animales; después iban al
corral a darles de comer. Las mujeres, después, desayunaban y ya marchaban a
coger agua a la parte baja del pueblo, después tenían que subir, lo que hacía
de la tarea fuese más pesada. Fregaban los platos, lavaban la ropa, iban al
huerto, sacaban las gallinas a pasear y a comer al sol, preparaban la
comida....por la tarde solían hacer, si les quedaba tiempo, calceta al sol. La
vida de la mujer, en aquellos días era muy dura”.
José Aguilar, Miguel Perdiquer y José “el gaitero” coincidieron en decir que
Teresa tenía un museo en lo referente a Santolea. “Estas cosas las cogí y
todavía las cojo cuando voy a Santolea o también en Corbera
de Llobregat; cosas, por ejemplo, de la viña y de sus herramientas. Todo me
recuerda a Santolea. Lo recojo todo en recuerdo a Santolea y lo hago desde
siempre, llevo toda una vida con esto--- suspira y parece pensar en algo
escondido- a veces me he deshecho de colecciones , pero siempre termino
arrepintiéndome”. Me enseña ,con estima, una piedra que le trajo José Aguilar
de Santolea: “Se ve que estaba colocada en una era...”. La mirada de Teresa
acaricia a aquella piedra aplanada de era, la acaricia y la toca con las yemas
de los dedos como si temiese despertarla.”. Parece hasta que aquello más inerte
en manos de Teresa cobrase vida.
¿Cómo le gustaría , ahora, Santolea?.
“Francamente como era antes, ahora sé que no sería igual y que tendría más
servicios, pero en esencia Santolea me gustaría tal como fue.....fue como la
quise, como la quiero y como la seguiré queriendo.....Santolea, si te fijas,
tiene un aire diferente y más sano, no hay tanta humedad....”.
Con Teresa es muy fácil sumergirse en
la conversación plácida de las gentes de pueblo, hablando de las pequeñas cosas
de la vida y del pueblo que son las que más sentido nos dan como humanos, ”hay
las pequeñas cosas de la vida...¡si valen!”.Levanta la vista al aire y abre los
brazos con las manos tal como si imitase
a un sacerdote, ladea la cabeza y declara con voz clara, aunque sumida en un
susurro: “estoy en Aguaviva, pero viviendo lo de antes en Santolea...en
realidad es como si viviese en Santolea”.
Santolea y los estudios de Teresa.
Sonríe y me mira mientras que con la cabeza dibuja, más bien , lo que sería una
negativa: “De estudios más bien pocos, sólo los elementales y de muchas de sus
cosas ya no me acuerdo....si quiero contar, hoy por hoy, debe hacerlo con los dedos.
Fui hasta que estalló la guerra...en la guerra, algunos días, nos daba repaso
el practicante, el marido de la maestra...ella cuando estalló la guerra se
había quedado en el otro bando y no pudo venirse para Santolea y él—aquí le
imprime resignación—simplemente hacía lo que podía...”.
Hablamos de la emigración y de los
emigrantes de hoy como de los de ayer; del exilio y de los exiliados. “Y tanto que me considero una exiliada del
pantano!. Nos quitaron la casa y el pueblo....yo no me siento en deuda, pero
si tengo cariño y aprecio hasta las
montañas de Santolea: ahora hasta la valoro más...hasta el aire que, como te
decía, es diferente a su manera. Lo mío con Santolea es añoranza y cariño,
aunque hoy de una de las cosas que más me acuerdo es de lo mismo que me
acordaba una vez en Corbera con mi propia familia;
¿sabes de qué?, pues mira me acordaba mucho de las olivas siempre en un plato
que tenía mi madre en la mesa de casa y es que en Corbera
no las tenía. Allí pasé necesidad, mucha necesidad....la posguerra fue
terrible...”.
Hablamos de los episodios más tristes
que vivió en Santolea. “El hecho más triste fue cuando tomaron el pueblo los
nacionales...se me llevaron a mi padre que no fue a la guerra porque lo cogió, más
bien, mayor....en los pueblos lo que más había, en aquellos días, eran
rencillas, envidias y cierto politiqueo....ya lo he dicho mi padre se negó a
tirar puentes, a tocar campanas para anunciar la entrada de los nacionales y
les dio de comer, en la parada, a dos milicianos...Siempre sospechamos que
alguien muy cercano a la familia que se enteró sumó esto a las acusaciones. De
restos de la guerra en El Calvario todavía he recogido casquillos y
demás...allí se apoltronaron los nacionales “empujando” a los de izquierdas que
se resistían y que se encontraban en el montículo de enfrente....hubo unos días
en que en el pueblo por el día entraban unos y por la noche los otros...”.
Teresa nos sonríe y su lenguaje no verbal se vuelve conformista y conciliador,
parece decir: ¿qué le vamos a hacer?”.
Teresa no se sofoca, ni se eriza al
hablar de política, lo hace con total naturalidad. No tiene miedo y lo tiene
todo bien claro. Así era. “Nosotros, en nuestra casa, éramos de un partido de
izquierdas. Vivíamos con sus valores y sus principios. En Santolea estaban los
de la CNT, UGT, FAI y en el otro bando los
que más recuerdo eran los de falange....no me preguntes la filiación
porque simplemente éramos de izquierdas. Es una de las únicas personas que une
los valores de izquierdas sin más, le parece lo más normal, lo más lógico.....
Vuelve a hablar con naturalidad que casi abruma, no tiene miedo a ser señalada,
“Mira, nos insultaban y a mi hermana l pequeña la hicieron ir vestida como
falangista, con aquel traje azul... --- baja la mirada y los ojos se le
entristecen—además venían a la puerta de nuestra casa y nos cantaban canciones
fascistas en la misma puerta. Santolea era un pueblo pequeño y tranquilo, pero
mira....”. Hay mucha resignación en las palabras de Teresa, sabe que ya no
puede cambiar nada y, quizás, ni quiere,
“ después, a pesar de todo, algunos te miraban con distancia o otros de
corazón y con corazón... en general no hubo, después de la guerra, muchos
rencores, sobretodo una vez se murió el cacique...”. Lo llama así, no hay
nombre ni apellidos y yo no se lo pregunto, sólo le doy pie a que hable y diga
lo que quiera. Me marcho sin saber el nombre del cacique que mandó a detener a
doce santoleanos; fusilar a cuatro y que despeñó al padre de Teresa por la cárcel
y la enfermedad. Parece como si Teresa se conformara con la resignación: no
odia.
Me desvela, como si fuese una intrépida
periodista, que en Corbera de Llobregat hay un
restaurante de nombre Santolea. Verdaderamente hay cosas sorprendentes. ”Lo han
abierto unos nietos de una señora muy conocida en Santolea, familiares lejanos
míos y ellos le han puesto Santolea en recuerdo de su abuela”.
Teresa es una abuela espabilada, se
conoce por sus ademanes y mirada viva que ya lo era de jovencita, por eso captó
y capta tantas cosas relacionadas con Santolea., mientras tanto el fuego
crepita y nos acompaña en la fría tarde de noviembre. Estamos en
Aguaviva...”pero en Santolea el aire y el ambiente eran más sanos que los de
aquí....aquí ya hace mucha más humedad...”.
Con un además un poco flamenco y
simpático se regira sobre sí misma para decir:
“¿sabes de dónde soy, cuando me lo preguntan?, soy de Santolea, siempre lo he
dicho así. Ella también pregunta. Le digo que soy de Càlig
y le explico que es un pueblo cerca de Vinaròs y
Benicarló. Su cara es de sorpresa, pero también de alegría. “Mira de Benicarló
y de Vinaròs subían a vender a Santolea; vendían
hortalizas, verduras, frutas....sobretodo naranjas y lo hacían a cuenta de
trapos y suelas”.
Ahora se pone un poco seria al compás
del fuego que consume la leña. “muchas veces he soñado y he llorado por los
muchos años que no he podido oír cantar una jota...lo de Santolea significó una
cosa muy grande con tristeza, mucha tristeza y la impotencia por todo...”.Teresa nos habla más de su Santolea:
“Las veces que he ido todavía pude estar en alguna habitación, la
cocina...¿sabes?—los ojos se le iluminan--- mis padres tenían un negocio de
ultramarinos con bodega y algo de taberna donde alguna gente venía a tomar algo
y beber.. Esto estaba en una gran sala de lo que antes había sido el Centro
Republicano que un determinado día lo sortearon y le tocó a mi padre. Hicimos como una sala pública con
sala de baile. Entonces yo diría que se vivía muy bien y con mucho respeto, la
guerra lo estropeó todo. Hoy mantengo relaciones con todos los santoleanos....siento un poco de rencor con un par a los que si veo sólo
saludo pobremente. Mi sensación al visitar hoy Santolea es siempre la de
tristeza por los recuerdos pasados y al ver al pueblo deshabitado, pero lo que
más me provoca tristeza es la visita o el paso por los muros del
cementerio....y es que allí están todos, todos los que no se pudieron ir, todos
tenemos familia...”.
Le preguntamos por el sentimiento
religioso de Santolea. “Bueno, mira, iban todos a misa, pero sin saber el
sentido ni de los rezos. Lo de la religión era una costumbre...”. Mueve los
hombros como diciendo: ”sin más”.