José Portolés
Guillén no nos abre la puerta de su piso, ni la del portal de la calle
amenazada de aguas mil, el cielo está más que encapotado, está negro. La voz
que se desliza por el interfono es la de su hijo, es el que nos abre y nos
recibe . Miguel Portolés tiene un talante cálido.
Nos encontramos en pleno Alcañiz, pero
José y su mujer sólo hablan de Santolea, así que, por momentos, creo estar allí
y no en la capital del Bajo Aragón. A José le gusta hablar y es, además, un
buen conversador, no se equivoquen esas características no siempre convergen en
una persona, pero sí en José que además lo expresa con toda su alma, como un
actor que interpreta un monólogo.
José se vino directamente a Alcañiz
desde Santolea, no le gustó el lote que le ponían en Puigmoreno.
Nació en Santolea en el año1923 y desde siempre se dedicó al campo(como mandaba
la tradición familiar), aunque nos
confiesa : ”me hubiese gustado ser
tratante de ganado, mercancías,…”. Los ojos se llenan de ilusión y mira
un poco al cielo, como si con esa petición mañana se pudiese encontrar con la
ilusión personificada en la puerta de casa. Es nervioso tiene la pierna derecha
encima de una silla y la baja y la sube unas al ritmo de la conversación y de
su entusiasmo. José vivió 44 años en Santolea, que se dice pronto; cuando lo
desvela me mira casi desafiante, pero sonríe levantando el dedo índice de su
mano derecha, nos afirma: “sólo quedaron seis familias detrás de nuestra
marcha; mis hijos ya estaban , desde hacía unos años, en Alcañiz, bajaron por
los estudios, preferimos que se encontrasen ya encaminados aquí... bajaron con
mi mujer---José señala a su señora, sentada en el sillón continuo--- y yo me
quedaba en Santolea para cuidar los campos y esperar….allí me quedé con mi
madre.”. Casi estoy por preguntarle por qué esperaban; a qué esperaban, ¿no
estaba todo ya perdido?, pero le miro los ojos y veo en ellos la tristeza más
abrumadora, así que me callo.
Le pregunto por la escuela y por si él
disfrutó de ella: ”sí, además ten en cuenta que en un tiempo, cuando Santolea
tenía 800 habitantes, disfrutaba de dos maestras y a dos maestros….”. Asiente
varias veces con la cabeza, pero también con la mirada, no hay ninguna duda de
nada porque este hombre se siente de aquel pueblo olvidado en los mapas
actuales, sepultado por una mezcla de
polvo y olvido y removido por las aguas de un pantano. José es
santoleano hasta la médula.
Él es claro cuando habla de Santolea:
“Lo dije y lo diré siempre: Santolea se infectó de un cáncer mortal que se
eternizó unos treinta años, pero era mortal desde el primer día….en aquellos
primeros días el pueblo disminuyó un 40; .muchos bajaron al Mas, otros
marcharon a Barcelona, Binéfar… allí no conocían a
nadie ni tenían relación”. Imaginarse el cambio es tremendo. Pero José no nos
da mucho tiempo para pensar entre sus palabras y pensamientos. Me mira y
sentencia:”Santolea era un pueblo de capacidades y viajantes…en los primeros
días marcharon los menos pudientes, fue muy triste”.
José nos explica :”en el pueblo había
cinco familias pudientes y fuertes, pero
con parentesco lejano recuerdo a una que se fue camino de Zaragoza, en
un lugar que recuerdo como Villa de los Ángeles…”. José casi nos confiesa en
una frase contundente y de fuerza desmedida: “pienso en Santolea, pero mis
recuerdos son tristes Allí todas las piedras tienen un nombre…”.
José no tiene reparos en hablar de los
tiempos de guerra. Su padre fue antes y después de la guerra alcalde. Me
mira:”mi padre era de derechas y marchó del pueblo, escondiéndose aquí y allá
porque allí lo hubiesen matado o eso pensábamos…primero estuvo camino de
Barcelona y luego marchó para Zaragoza, pero estuvo 28 meses incomunicado;
después volvió a Santolea cuando entraron
los nacionales, entonces marcharon los
otros temiéndose lo peor…”.
Nos sigue contando: “Aquí en Santolea
también vino la colectividad, recuerdo que se hacían grupos de 10 y en la casa
más pudiente instalaron la colectividad…
sí, sí marchó mucha gente a la guerra y
murieron varios…”. Nos habla, también,
de los maquis. “Si queréis os digo donde se escondían---sonríe con
picardía—lo hacían en Masía La Bona, que es la que se encuentra debajo de la
presa del pantano….cuando se les buscaba y la cosa se puso…se evacuaron las
masías. En aquellos días—José está triste—se tendían trampas a los sospechosos
de maquis….eso sí, en Santolea no hubo ninguna acción, pero tampoco tuvieron
protección…cosa que si tuvieron en Dos Torres, donde también se dieron más
acciones. El caso es que estuvimos viviendo con temor…”. José se revuelve en el sillón y sube y baja la pierna varias
veces, me da un par de palmadas en la rodilla como para captar más la atención.
Le miró y sonrío para dar paso a sus sensaciones: “En aquel tiempo, además ya
pensábamos con mucho temor que, verdaderamente , algún día, tendríamos que
marchar de Santolea….aquellas tierras se empobrecían cada vez más. Recuerdo,
todavía como si fuese hoy, el día que deprisa y corriendo se tuvo que cosechar
el maíz porque las aguas inundaban las cosechas…”.
Hablamos de la familia: ”los chicos
marcharon antes a Alcañiz con mi mujer, como ya les dije antes yo me quedé aquí
con mi madre, pero todos sabíamos aunque no lo decíamos, que pronto nos tocaría
marchar, fue muy triste”.
Su madre durante la guerra era casera
del cura de Santolea:”sí, gracias a ello sabemos muchas cosas, como lo de la
Cueva Cambriles, pero vosotros tenéis que estar muy enterados , ya que los
archivos de Cambriles se encuentran en Mas de las Matas…allí estuvo, entre
otros, Fernando Bel ,nuestro veterinario..eran tiempos muy difíciles, tiempos
de ver y callar. Mira el cura de Santolea marchó con miedo del pueblo y fue a
parar a Torre Gimeno en La Mata de Morella para pasar después a Mirambel…”.
Volvamos otra vez a las querencias de
José. “Ya os he dicho al principio que habría gustado mucho, lo más….ser
tratante de mulas. Aprender el oficio; aquí “los pederos”
eran buenos tratantes, los mejores de todo el Bajo Aragón. Alguna vez tuve la
oportunidad de acompañar a los tratantes llegando incluso a Maella,
aunque más que tratantes fuimos recriadores…íbamos a comprar hasta Huesca y la última vez que
fuimos quisimos pasar a Francia, pero como estaba todo lo de los maquis no nos
dejaron pasar y nos quedamos sin poder comprar mulas francesas, terminamos
comprando en Huesca y nos venimos. Ése fue el último viaje”.
Hablamos con José de una actividad,
calificada de ilegal, pero que era muy socorrida por aquellos días. José ríe
con cierta picardía: “Sí, claro que hacía estraperlo, mayoritariamente con
aceite, aunque también con toda clase de material: judías, harina….sobretodo
todo lo que era comer…era época de mucho estraperlo. Eso sí lo mío era vender
en casa y sin salir, lo de exponer la vida no. Los que más venían a comprar
eran los de Villores ; pero la Guardia Civil vigilaba
y cogía a algunos….”.Hablamos de los días felices para José en Santolea: “Los
días inolvidables y los más felices eran los de las fiestas de San Antonio, San
Sebastián y más adelante los de Santa Engracia…ésa, además, fue la última
fiesta que se celebró en Santolea”; ríe y mira a su mujer que también dibuja
una sonrisa. Entonces José matiza: “bueno hay que decir que también lo fue el
día en que me casé y de eso hace 54 años”. Nos preguntamos cómo celebraban las
bodas: José se reincorpora en el sillón: “ Se mataba un cordero y el convite en las casas no en un
hotel; también habían refrescos y chocolate con magdalenas para todo el pueblo.
Ese día era muy especial porque venían los que se habían marchado…”. José no
recuerda la celebración de la última boda, pero sí recuerda lo siguiente: “no
sé quiénes fueron los últimos que se casaron, pero si te puedo decir que entre
los que tomaron la última comunión estaban mis hijos…”. Otra vez la emoción
vuelve a sus ojos, vuelve a coger aliento como en una bocanada y con voz queda,
pero firme, sentencia:”Lo mejor de mi vida fueron esos 44 años vividos en
Santolea, aquí en Alcañiz he estado bien, pero no es lo mismo…”. Es como si
José no pudiese explicarse, con la mirada mira al aire con cierto desconcierto
y se lleva la mano al corazón. No queremos tirar demasiado de sus emociones;
así que volvemos al mundo del cultivo del campo:”Lo que más se cultivaba era
aceite; antes se cultivaban manzanas y es que antes del pantano se extraía
mucha fruta. Eso sí, a la hora de recogerla todo era en carros---ríe con esa
picardía --- ¡y es que no había trailers, nada de trailers!. Además entonces las frutas no se trataban y
apenas se agusanaban….”.
El padre de José el que fue alcalde de
Santolea antes y después de la Guerra Civil murió joven y según afirma José,
con las lágrimas en los ojos: “ de eso hace ya cuarenta y pico de años, justo
antes de la última expropiación—cierra los ojos y la habitación guarda silencio
.Los abre—mi padre murió joven ,sólo tenía 64 años”.
Volvemos a los últimos días de
Santolea: “Los santos de la Iglesia y demás los querían bajar y poner en una
Ermita ubicada entre Valmuel y Puigmoreno,
pero al final no se hizo; los santos, entre ellos Santa Engracia, se quedaron en
Castellote…espero que todavía estén allí”.
José llama nuestra atención levantando
la mano izquierda y pidiendo la palabra. Es hombre de palabra clara y
sincera:”quiero decir una cosa; es una queja a Castellote. Santolea, el pueblo,
era independiente de Castellote, pero el término de Castellote era y es muy
grande por lo que casi llegaba a las puertas de Santolea .y el dinero se lo llevó Castellote…pero en el Camposanto
nunca han arreglado nada. Allí tenemos a nuestros seres queridos y no lo han
mantenido ni cuidado. Mirad, compraron el pueblo con 24 millones :tres en la
primera expropiación y 21 en la segunda; ¿me preguntas quién negociaba? ; el
encargado era el alcalde, lo sé cierto porque mi padre negoció durante muchos
años; siempre había muchas protestas hasta la confirmación, además tres o
cuatro tasaciones…..recuerdo, como si fuese hoy, que el día que se inundaron
las cosechas, allá al principio—la gente bajó con horcas a matar al
ingeniero…se armó una…nada que vino hasta la Guardia Civil y el notario. Se
levantó acta y se pagó…”.
Le preguntamos sobre los alcaldes de
Santolea. “Ya os he dicho lo de mi padre…mirad durante el periodo de Azaña
estuvo Benito “el Pubilles”, una buena persona y el
último alcalde con credenciales fue Sebastián Gil, después un tal Blasco hizo
como de alcalde sin credencial y es que sólo estaban allí el alguacil y el
lucero…”.