José Sorribas
José Sorribas nos recibe en el Ordal---El en Alt Penedés de
Barcelona--, en una gran finca, vistosa,
elegante y con cierto aire. Le acompaña en el banco de piedra su mujer y dos
vecinas, están de sobremesa. Este santoleano, amante de la música de "gaita", se levanta y se encamina
poco a poco arrastrando sus rodillas maltrechas hacia nosotros. Nos saluda con
una sonrisa y un apretón de manos que tiene mucho de bienvenida e incluso de
afán de protección. Se está bien en el patio de la casa de José, así que
decidimos quedarnos allí a conversar. José se sienta y respira hondo, es como
si se preparase para coger la “gaita” e interpretar una de las piezas . José
siente verdadera pasión por la música, “si volviese a nacer sería músico
profesional”, no como ahora que sólo soy un músico de afición...”,su tono es
triste como conforme a la fuerza.
José confiesa haber pasado una buena infancia: “jamás faltó de comer,
pero fuimos poco al colegio…tenía sólo seis años cuando ya marché con las
ovejas al monte. Me convertí en pastor”.
Este santoleano, que es lo que él se
considera, nació el 19 de diciembre del 1926. Su madre era de Santolea y su
padre era vecino de la localidad de Las Parras de Castellote. Éste matiz en la
vida de José fue más que importante, emocionándose al recordar la semilla como gaitero. José
está convencido que el “coraje gaitero” le llegó del pueblo de de Las Parras.
Recuerda, con una sonrisa cómplice, el
trabajo de su madre como “llevadora” y
nos ubica a sus dos hermanas emigradas a Barcelona. Él se vino a estas tierras
del Penedés porque su madre tenía una estrecha relación con la familia
Parellada. Éstos le ofrecieron un puesto de trabajo, como portero, en una
fábrica textil, pero en cuanto visitó la fábrica, sintió que aquello no era
para él…estaba demasiado acostumbrado al campo y al monte. Volvió a Santolea
donde ,al cabo de poco, se casó. Tres años después la familia Parellada le
ofrece el trabajo de guardián en el Ordal y José se
viene con su mujer. Aquí nace su hija y formaron familia, aglutinando nuevos
amigos. Hoy José habla perfectamente el “català”.
Nos
interesan los diferentes guiños de su vida en Santolea , porque sabemos que
José donde viva, allá donde sea, nota el
aire de Santolea: ve sus casas y sus calles sin derruir, en todo su esplendor;
palpa el olor que transporta el aire…Sorbías sólo dejó definitivamente su
tierra a los 30 años cuando le ofrecieron un trabajo que valoró por
suficientemente bueno como para plantearse dejar el pueblo que le vio nacer;
con ello José contribuyó a la sangría de un pueblo más que condenado. Desde
entones y hasta que se jubiló, trabajó en Can Parellada del Ordal
como guardián de una gran finca mayoritariamente de viñas y melocotones, bajo
el sistema de aparceros.
No respondió directamente a casi
ninguna pregunta. Lo hacía lanzando un lazo que daba un giro para volver a la
cuestión inicial. José ya no es que se siente un exiliado del pantano,
solamente siente:” una pena muy grande; a nosotros nos hicieron una gran injusticia
que sólo ha hecho bien a los pueblos de abajo…”.
Puede que la injusticia se sintiera más
por lo que fue Santolea como pueblo:”allí ya había una fábrica de mantas, nos
hacíamos la luz, teníamos dos o tres tiendas, médico, veterinario,
farmacia…criábamos terneros, lechales; no faltaba de agua y había regadío que
proporcionaba buenas cosechas. Si no es por el pantano Santolea hubiese sido
más que Mas de las Matas, Aguaviva. Era un pueblo con mucho futuro.”.
Le preguntamos por los primeros días
del pantano:” el pantano se llenó muy aprisa, en cuatro días…la gente salvaba
lo poco que podían de las huertas, nosotros perdimos la leña”. Y es en ese
momento cuando se produce la primera emigración: “Se marcharon de quince a veinte familias…..aquello fue de lo más
triste. Llorábamos todos: ellos porque marchaban y nosotros porque los veíamos
marchar. En un pueblo nos conocemos y convivimos, de manera especial, todos,
muchas veces como si fuésemos familia o incluso más”. Suspiró, con la mano pidió un momento de pausa mientras bebió unos
sorbos de agua, “Los maños aprecian
mucho a la gente de pueblo; en Santolea había mucha amistad. Mucha
confraternidad, cambia mucho de allá a aquí”. Nos preguntamos si Santolea era un pueblo religioso: “Sí,
generalmente sí. A mí el cura que me bautizó me casó, se llamaba mosén Marcos”.
Hablamos más de lo que sienten los
santoleanos de su pueblo: “ Casi
siempre se ha estado llorando en Santolea. Los de la Posada no querían
marcharse….a ellos que entonces no quisieron vender, ahora con la nueva subida del pantano, se lo van a
expropiar y cobrarán mucho más…”.Me mira y la mirada se le enturbia, pero sigue
hablando, admitiendo: “El tener que abandonar Santolea, se arrastra toda la
vida…”. Traga saliva y cierra momentáneamente los ojos, sin duda es el hecho
más triste que debió vivir. Callamos para admirar y sentir la emoción de un
hombre y un pueblo al que sólo se les ha vencido por el polvo, antes que por la
amenaza perenne del pantano.
José hasta que se marchó de Santolea,
apenas había salido del pueblo, “sólo iba como músico a tocar por ahí, lo más
lejos que llegué fue a la Cañada de Benatanduz y
claro todo el entorno”. La afición
de músico, según José, “me vino de
sangre con la procedencia de mi padre que era de Las Parras y al ser pastor e
ir por ahí con el ganado siempre me llevaba la gaita que me hice yo mismo de
madera de pino cuando estaba en el Mas de Conesa de
pastor”. En este rincón de Teruel estuvo José de pastor durante la guerra allí
presenció un hecho que se le quedó grabado en la memoria: “cuando entraron las tropas nacionales en la zona vinieron por
allí y se asentaron alrededor del Mas para pasar la noche. Los moros se
hicieron con unas 90 ovejas que sacrificaron y degustaron…”Con la posguerra
Sorribas se traslada a Foz Calanda
a una masía donde cuidaba de las ovejas y ejercía de criado . “Hacía de criado
y sí, veía a los maquis que sólo me pedían de comer… el problema es que al día
siguiente venían los guardias civiles…los maquis hicieron cosas muy malas; por
ejemplo a unos que iban a Cedrillas, se lo robaron
todo. Estoy seguro de que los conocían”.
Nos preguntamos qué contestaba, qué
contesta, José Sorribas “el gaitero”, cuando se le pregunta de dónde es,
responde sin pensarlo y con rotundidad: “de Santolea”. Su afirmación se asemeja
a la de un inocente que reivindica sus manos blancas ante una severa acusación.
No hay duda, José vive todavía en Santolea, además: “¿Qué si sueño con
Santolea?, claro que sí, sino todos los días….casi todos los días, mi mujer se
ríe, pero ya se puede reír ya…que yo sigo con mis sueños de Santolea….si
pudiese yo me iría hacia aquellas tierras y viviría en Aguaviva donde paso unos
días cada año en agosto, pero a mi mujer no le gusta….”.Aguaviva se convierte
en el escenario de los Sorribas. Su nieto Bernat le
acompaña también como tamborilero por aquellas tierras. José se muestra
contento y orgulloso de Bernat y disfruta poniendo la
música acompañando a los “gegants” de Ordal. “Mi nieto lo lleva en la sangre, lo lleva dentro.
Ahora toca con varios grupos… en cuanto a Santolea le cuento cosas, pero no me
escucha mucho. Cuando va le gusta, pero no hace mucho caso”
Queremos dar un salto atrás en el
tiempo de José Sorribas: “Años antes de la guerra sí que eran años
felices…diría que sí, porque no habían rencores; bueno en Santolea ni durante
la guerra. Lo pasé mal por el miedo, pero nunca me hizo falta comida.”.
Hay
un hecho que jamás olvidará José. La noche empezaba a darse prisa a enloquecer
en aquella Santolea de hace muchos años. José caminaba con un pálpito especial,
la alegría parecía desbordarse porque el gaitero había experimentado su primer
beso, con su actual mujer, subiendo la “Costera del Cantón”. “El primer beso no
se olvida nunca y el lugar en donde se da, tampoco”.
Una vez
en Barcelona le quedaron a José dos casas en Santolea que sólo le daban gastos
y muchos problemas. Al final accedió a venderlas por 12.000 y 30.000 pesetas, respectivamente.
“Mira, mis padres murieron los dos aquí, mi madre vino bien , pero mi padre no
quería venir, creía que aquí no se ganaría la vida….”.
¿Qué le debe Santolea a José o que le debe José a Santolea?. Responde con
seriedad, pero dibujando una leve sonrisa
en los labios: “Me debe lo que no me han dado; mira, donde aprendes a
andar no se puede olvidar…mi
pensamientos siempre está allí. Yo siempre estoy allí”. José fue muy pocos días a la escuela de chicos de Santolea,
demasiado pronto marchó con el ganado al monte y de la mili se vio librado por
tener su padre más de sesenta años: “esa fue mi desgracia porque yo en la mili
me hubiese convertido en músico…pero las cosas vinieron así.”
Después de fabricarse una gaita de
madera de pino, allá en la masía de Las Parras, la primera gaita se la regaló
el abuelo de Abilio, el que le enseñó a tocar. Un gaitero que ya entonces era
un referente para los que gustaban de esta práctica musical. El primer pueblo
al que fueron a tocar, después de Santolea, fue Ladruñán. “Los gaiteros en aquellos días no nos quitábamos la parroquia unos
a otros. Guardo en la memoria excelentes momentos de la época de músico. Muchos
días sueño que estoy tocando en estos pueblos en los que siempre había buena
mesa. Por ejemplo, en el Mas de las Matas , estupenda. A vuestro pueblo iba con
el grupo “El Serafín” para las fiestas de San Agustín”.