Sumario
El pueblo estaba sumido en una especie de letargo.
El polvo había invadido las afueras y las calles se desconocían ante tanto
descontento. Sólo una casa con aire nobiliario y poco más se mantenía en pie.
No había miedo entre nuestros pasos, pero sí una atmósfera de triste
existencia.
Nosotros preguntábamos aquellas dudas que estaban agolpadas
en nuestro bloc de notas.... ellos paseaban y se mantenían en una quietud
hermanada con el silencio. A su lado sólo se podían oír los pasos sobre el
polvo de adobe. Ellos explicaban, de vez en cuando, qué había antaño donde hoy
casi no se distinguía piedra sobre piedra.
Había miedo a perder más de lo que ya habían
perdido. La mirada de nuestro anfitrión estaba enmudecida, húmeda y un poco
quebrada.... tenía que hacer un esfuerzo por no perder aquellas lágrimas
almacenadas día a día, desde que dejara de pisar unas calles que llevaban a
muchas partes de aquel su pueblo.
Aquel rincón poblado y humanizado fue amenazado por
las aguas del pantano que cada día iba comiéndose sus cultivos.... pero, en
realidad, había sido derrotado y derrumbado por una desilusión que se presentó
en forma de polvo. Lo que no pudo el agua, en Santolea lo pudo el polvo.
Éste fue un pueblo dinámico y de alguna manera,
mientras vivan aquellos que lo rescatan del olvido nunca dejará de serlo:
aunque el polvo y las ruinas rompan el sosiego de unas calles calladas, aunque
las aguas inunden las huertas que les vieron crecer como pueblo.